domingo, 14 de octubre de 2012

EL AÑO DE LA FE Y DEL 50º ANIVERSARIO DEL CONCILIO VATICANO II



Benedicto XVI se asomó el día 11 a las nueve de la noche a la ventana de su estudio para saludar a los numerosos participantes de la procesión con antorchas organizada por la Acción Católica Italiana (ACI), en colaboración con la diócesis de Roma, con motivo de la apertura del Año de la Fe y del 50º aniversario del inicio del Concilio Vaticano II. La procesión, que salió a las 19.30 de Castel Sant'Angelo, forma parte de la manifestación “La Iglesia bella del Concilio", una iniciativa de la ACI y de la diócesis romana. 
“Buenas noches a todos y gracias por haber venido -dijo el Papa a las personas reunidas en la Plaza de San Pedro-. Hace 50 años, este mismo día, yo también estaba en esta plaza, mirando a esta ventana a la que se asomó el Papa bueno, el beato Juan XXIII, que pronunció palabras inolvidables, palabras llenas de poesía, de bondad, palabras que salían del corazón”. 
“Éramos felices y estábamos llenos de entusiasmo. El gran concilio ecuménico se había inaugurado; estábamos seguros de que llegaba una primavera para la Iglesia, un nuevo Pentecostés, con una presencia nueva y fuerte de la gracia liberadora del Evangelio”. 
“Hoy también estamos felices, tenemos la alegría en nuestro corazón, pero podríamos decir que es una alegría más sobria, una alegría humilde. En estos cincuenta años hemos aprendido y experimentado que el pecado original existe y se traduce, siempre de nuevo, en pecados personales, que pueden transformarse en estructuras del pecado. Hemos visto que en el campo del Señor también hay siempre cizaña. Hemos visto que en la red de Pedro también hay peces podridos. Hemos visto que la fragilidad humana también está presente en la Iglesia, que la barca de la Iglesia también navega con viento contrario, en medio de tempestades que la acechan y, a veces, hemos pensado: “El Señor duerme y se ha olvidado de nosotros”. 
“Esta es una parte de las experiencias de estos cincuenta años, pero también hemos tenido una experiencia nueva de la presencia del Señor, de su bondad, de su fuerza. El fuego del Espíritu Santo, el fuego de Cristo no es un fuego devorador o destructor; es un fuego silencioso, una pequeña llama de bondad, de bondad y verdad que transforma, que da luz y calor. Hemos visto que el Señor no nos olvida. Hoy también, a su manera, humildemente, el Señor está presente y calienta los corazones, muestra vida, crea carismas de bondad y de caridad que iluminan al mundo y son para nosotros garantía de la bondad de Dios. Sí, Cristo vive, está con nosotros también hoy, y podemos ser felices también ahora porque su bondad no se apaga. ¡Hoy también es fuerte!”.
“Al final, me atrevo a hacer mías las palabras inolvidables del papa Juan: “Vayan a sus casas, den un beso a los niños y díganles que es un beso del Papa”. 
“En este sentido y de todo corazón les imparto mi bendición: “Bendito sea el nombre del Señor”.

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