sábado, 7 de marzo de 2009

EN LA MUERTE DE UN AMIGO


Hoy ha muerto mi amigo Javier Martín. Javier era de Crespos (Avila). Conocí a Javi, como le hemos llamado siempre, en el curso 1968-69. Yo estudiaba Teología en Salamanca y los fines de semana iba en tren a Crespos a ayudar al Párroco, Benja, en la liturgia del domingo y tener reuniones con los jóvenes, chicos y chicas.


Cuando, posteriormente, en el año 1972 volví a Crespos y permanecí allí hasta el año 1977 Javi y su íntimo amigo Juanín, fueron los apoyos más fuertes que tuve en la formación del equipo de futbol. Hincha hasta la médula del Atletico de Madrid, las camisetas de nuestro equipo no podían tener otro color que el rojiblanco. Javi era un joven amable y abierto, al que le gustaban mucho todos los deportes y juegos.


Quedó huérfano siendo prácticamente un niño y bien jovencito tuvo que hacerse cargo del pequeño taller de forjado de hierros que recibiera de su padre, Maxi, y éste del abuelo, el tío Manolo, como le llamábamos cariñosamente en el pueblo. Cuando organizábamos alguna obra de teatro, para aligerar las largas noches del invierno morañego, sabíamos que podíamos contar con Javier, para todo lo relacionado con la infraestructura, escenario y demás. En las excursiones, allí estaba también Javi, aunque alguna tuvo que perderse por no poder cerrar su taller.


Desde hace unos 13 años venía Javi luchando denodadamente con una criminal enfermedad que quería arrebatárnosle demasiado pronto. En esta lucha siempre ha estado a su lado, siendo su báculo, su apoyo, su alma, su todo, Consuelo, su esposa. Consuelo ha sido ejemplar por su abnegación y cuidados con Javi. Los últimos cinco o seis años Javi necesitaba ayuda para todo, y Consuelo siempre ha estado ahí -como María estuvo al lado de la Cruz de Jesús- ayudándole, consolándole, reconfortándole. Su entrega silenciosa estaba, sin embargo, cargada de una elocuencia sublime: Amaba a Javi y éste era para ella su vida. Nadie en el pueblo hemos oído de labios de Consuelo una palabra de cansancio o de queja, aunque su vida ha sido, con el apoyo de su hija, una total y sacrificada entrega hacia el marido enfermo.


El pasado miércoles de ceniza, pude ver por última vez a Javi, en el Hospital Ntra. Sra. de Sonsoles de Avila. Tuve la suerte de poderme despedir de él. Desde una perspectiva de fe, doy gracias a Dios por haberme permitido estar con él y poderle despedir unos días antes de morir. Sus ojos, a pesar de la larga y cruel enfermedad, seguían vivarachos como antes, manteniendo aquella chispa de jovialidad juvenil. Recordamos, junto con Consuelo que nos hacía de intérprete -pues, ya no podía hablar salvo por gestos o sonidos-, días felices de nuestra juventud: partidos de futbol, fotografías del equipo de Crespos, actividades que los jóvenes hacían en Cuaresma. Su cara se iluminaba de alegría con el recuerdo. Pero la felicidad no era debido solamente, creo yo, al recuerdo de aquellos tiempos, sino, también, a que uno o dos días antes había recibido con devoción el Sacramento de la Unción de Enfermos, junto con su compañero enfermo de habitación. Me despedí de él con cariño y hasta que traspuse la puerta me siguió con su mirada agradecida, moviendo levemente la cabeza en señal de despedida. Desde el Cielo, Javi, sigue mirando por todos: por tu esposa e hijos, que tanto te han querido, por tu familia y por tantos amigos que dejas.


Javi, has muerto hoy, sábado, día de la Virgen. Que la Madre te abra las puertas del Cielo y que el Padre bueno y misericordioso te acoja en su seno y descanses en Paz. Y, permíteme, que te pida una cosa: Haz -como buen herrero y carpintero- todo lo que puedas, allá arriba, para prepararnos un lugar, junto a tí.

¡Adios, Javi!


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