viernes, 17 de febrero de 2012

JESÚS, NUESTRO CONTEMPORÁNEO







La Conferencia Episcopal Italiana ha organizado un Congreso, JESÚS, NUESTRO CONTEMPORÁNEO, del 9 al 11 de febrero. En él han participado eclesiásticos, teólogos, filósofos, políticos y representantes varios del mundo de la cultura. A continuación cuelgo una síntesis –“NOSOTROS, COMO LOS APÓSTOLES- de la intervención del Cardenal Angelo Scola, según ha sido publicada por la publicación semanal Alfa y Omega:

Síntesis de la intervención del cardenal Scola: Nosotros, como los apóstoles

Si se quiere ir al fondo, en toda reflexión o diálogo sobre Jesús de Nazaret no es posible evitar la sobrecogedora pretensión del anuncio de su resurrección. Desde la mañana de Pascua, de hecho, una cadena ininterrumpida de testimonios ha entregado a la Historia el anuncio de Jesús resucitado, primicia de la resurrección de los muertos. Todo el cristianismo depende de la verdad de esta pretensión y de su decisión ante ella. De hecho, anunciar a Jesús resucitado es anunciar a Jesús como contemporáneo, es decir, la posibilidad de poder encontrarlo, y de seguirlo aquí y ahora. En una palabra, ser salvados hoy por Él. Ya lo había comprendido Søren Kierkegaard cuando escribió: «La única relación ética que se puede entablar con la grandeza (por tanto, también con Cristo) es la contemporaneidad. La relación con un difunto es una relación estética: su vidaha perdido el aguijón, no juzga mi vida, me permite admirarlo... y me deja también vivir en otras categorías: no me obliga a juzgar el sentido definitivo».
Es evidente, por tanto, que en la Resurrección se juega la experiencia creyente de todo cristiano. Esto explica por qué tanto la propuesta metodológica como el desarrollo de los contenidos de la obra que Joseph Ratzinger-Benedicto XVI dedica a Jesús de Nazaret encuentran su adecuado horizonte en la consideración de la resurrección del Señor. El capítulo 9 del segundo volumen, La resurrección de Jesús de la muerte, con sus Perspectivas –«Subió al cielo. Está sentado a la diestra de Dios Padre y de nuevo vendrá con gloria»–, representa el eje de la investigación ratzingeriana, y, al mismo tiempo, el factor decisivo para comprender el carácter contemporáneo del acontecimiento de Jesucristo para el hombre de todo tiempo y lugar.
Respecto al anuncio de Jesús, nuestro contemporáneo, nos encontramos ante el mismo dilema en el que se encontraron los apóstoles. La muerte en la cruz de Jesús, de hecho, provocó escándalo entre los suyos. Y no podía ser de otro modo, pues nadie había hablado de un Mesías crucificado: «En un primer momento, el final de Jesús en la cruz fue sencillamente un hecho irracional, que ponía en cuestión todo su anuncio y toda su figura», como escribe el Papa en su segundo volumen sobre Jesús de Nazaret. Para nosotros hoy, después de dos mil años de cristianismo, es una costumbre referirnos al Cántico del siervo sufriente, de Isaías (capítulo 53), o a los Salmos de la Pasión, como anticipaciones o representaciones de la muerte del Mesías. Pero la enigmática figura del Siervo sufriente nunca había sido concebida como mesiánica. No era una figura regia. ¿Qué tenían que ver, al menos a primera vista, los lamentos del salmista en los Salmos 22 ó 69 con el Mesías, hijo de David?


Se plantea, en este punto, una pregunta: ¿cómo llegaron los discípulos a ver en el Crucificado el cumplimiento de las promesas mesiánicas? ¿Cómo pudo llegar a concluir Pedro su discurso, en la mañana de Pentecostés, con esta frase: «Todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que vosotros crucificasteis, Dios lo ha hecho Señor y Mesías»? Fue un acontecimiento totalmente sorprendente, la resurrección de Jesús, del Crucificado, que se les apareció vivo –precisamente Él, como lo indica el sepulcro vacío–, lo que llevó a su razón a comprender el contenido de las Escrituras. «No fueron las palabras de la Escritura las que suscitaron la narración de los hechos, sino fueron los hechos, en un primer momento incomprensibles, los que llevaron a una nueva comprensión de la Escritura», como afirma el Papa.
La misma dinámica –y en esto se ve la genialidad metodológica de la propuesta de Jesús de Nazaret, de Joseph Ratzinger– se puede ver en todo instante de la historia del cristianismo. De hecho, escribe nuestro autor: «El proceso para convertirse en creyentes se desarrolla de manera análoga a lo que sucedió en relación con la cruz. Nadie había pensado en un Mesías crucificado. Ahora bien, el hecho estaba ahí, y en virtud de ese hecho era necesario leer la Escritura de una nueva manera... La nueva lectura de la Escritura, obviamente, sólo podía comenzar después de la Resurrección, pues sólo en virtud de ella Jesús había sido acreditado como enviado de Dios».
El camino que hoy lleva a la confesión de fe en el Resucitado es el mismo que debieron recorrer los primeros discípulos. El episodio de Emaús describe de manera paradigmática su dinámica: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Todo aquello a lo que se refería Jesús ya estaba presente en las Escrituras, pero ellos no se habían dado cuenta. De hecho, Jesús les reprocha su incapacidad para razonar: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo os cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!» El episodio de Emaús nos hace avanzar en el camino de la fe: «Lo reconocieron al partir el pan». La Eucaristía, que no se comprende de manera completa si no se llega a afirmar su esencia, es decir, la unidad del pueblo de Dios, de la Iglesia, es el lugar adecuado de la interpretación de las Escrituras, es decir, del acceso al Jesús real. En la Eucaristía, el Resucitado se hace contemporáneo a la libertad de todo hombre y le anima a dar forma eucarística a toda su existencia.
+ Angelo Scola

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