jueves, 14 de mayo de 2009

VIAJE DEL PAPA A TIERRA SANTA

Entre los acontecimientos importantes que están sucediendo o han sucedido estos días hay algunos que merecen mi atención: El viaje del Papa a Palestina, el debate sobre el estado de la Nación en el Congreso de los Diputados de la Carrera de San Jerónimo, la píldora del día después a púberes y adolescentes… Manifestaré mi opinión al respecto, pero, limitándome fundamentalmente al primero, el viaje del Papa a Palestina.

A nadie se escondía que se trataba de un viaje muy complicado para el Santo Padre. Venía precedido de las palabras que Benedicto XVI pronunció en Ratisbona sobre el Islam, que puso a medio mundo islámico contra él; el levantamiento de la excomunión a un sacerdote de la fraternidad de Lefevbre, que había levantado ampollas en el mundo judío por las declaraciones anteriores de éste negando e infravalorando el Holocausto.

No entraré a valorar ni las palabras pronunciadas en la Universidad alemana ni el acto de levantamiento de la excomunión al sacerdote lefevbriano, ni si aquellas fueron sacadas de contexto ni si el acto canónico con respecto a este sacerdote tuvo solamente una intención de misericordiosa paternidad, que necesitaba complementarse posteriormente con una decisión clara del réprobo sacerdote. Sencillamente constato que estos dos actos han sido esgrimidos por gente de fuera y de dentro de la Iglesia para atacar muy duramente al Santo Padre. Como consecuencia, ha sido sometido a una de las presiones más grandes sufridas por un representante de Pedro, en tiempos aparentemente pacíficos para el Vaticano. Unos han aprovechado para criticarle por la adscripción obligatoria a las filas juveniles hitlerianas en sus primeros años, sin tener en cuenta las circunstancias del momento, otros para calificarle de bastión ultraconservador que aplicaba un trato desigual a la extrema derecha en relación con la extrema izquierda, léase Teología de la Liberación, otros que quería imponer, otra vez y obligatoriamente, la doctrina intolerante de que la Iglesia Católica es la única puerta de salvación, etc.

Me referiré, aquí, solamente al viaje a Tierra Santa. Creo que, a pesar de toda la batería de acusaciones y descréditos, el Santo Padre ha hecho el viaje a Jerusalén por motivos pastorales, por un lado, y buscando, por otro lado, la Paz en esa franja de tierra donde nació Jesús, para nosotros el Príncipe de la Paz, y que desde hace tanto tiempo vive sufriendo los horrores de la guerra.

Ha ido a Tierra Santa, en primer lugar, por motivos pastorales. A confirmar en la fe al rebaño de creyentes católicos que hay en aquellos santos lugares. Estos son muy pocos, obligados a huir constantemente, pues, la situación para ellos es especialmente más difícil, simplemente, por su condición de católicos. A Benedicto XVI le ha impelido a ello la exigencia del ministerio petrino: Cristo le ha puesto como sucesor de Pedro, lo que implica confirmar a sus hermanos en la Fe, a pastores y creyentes.

En segundo lugar, el Papa es un hombre muy culto –eso nadie lo pone en duda- y consciente de la importancia de su papel. No ha querido escurrir el bulto ni su responsabilidad histórica y aún consciente de que todas sus palabras y gestos iban a ser analizados, crítica y duramente, por unos y otros, sin embargo, ha decidido plantarse en esa sagrada tierra para poner su grano de arena y hablar con unos y otros, árabes, palestinos y judíos. Ha pronunciado su mensaje de Paz, de la necesidad de convivir en Paz judíos y palestinos, sin importarle que su mensaje no iba a dejar satisfechos ni a unos ni a otros, pero esperando que su viaje fuese un hito más que ayudase a la construcción de la anhelada convivencia pacífica. Se necesitará, probablemente, una perspectiva de distanciamiento temporal, para valorar con toda profundidad, la importancia de este viaje.

Este Papa es, además de un gran teólogo, un hombre de Paz, que ha querido en estos días pascuales en que celebramos la Paz del Resucitado, ir a proclamar, fuerte y nítidamente, la necesidad de vivir en Paz: El que tenga oídos para oír que oiga, dijo ya el Maestro.

Como católico, por mi parte, continuaré rezando por el Santo Padre y por el éxito apostólico de este viaje. Por él, para que sea capaz de soportar, aferrado a la cruz del Señor, las presiones, las críticas malintencionadas de los de dentro y de los de fuera, las descalificaciones personales infundadas. Por el éxito pastoral del viaje, para que su palabra sea escuchada y valorada por los hombres de buena fe, de una religión u otra, por los palestinos y judíos con bonhomía: que dé frutos de paz y, a poder ser, de Paz con mayúsculas, la que sólo podemos encontrar en Dios, el Padre de todos, en el que todos nos debemos ver y tratar como hermanos. ¡Que Dios le bendiga!
Román Encabo.

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