(©L'Osservatore Romano - 9 de diciembre de 2012).
Extracto aquí unos párrafos que resumen nuclearmente el mensaje del Papa en torno al himno paulino de la Carta a los Efesio 1, 3-14:
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Desde esta perspectiva, ¿qué es, por lo tanto, el acto de fe? Es la respuesta del hombre a la Revelación de Dios, que se da a conocer, que manifiesta su designio de benevolencia; es, por usar una expresión agustiniana, dejarse aferrar por la Verdad que es Dios, una Verdad que es Amor. Por ello san Pablo subraya cómo a Dios, que ha revelado su misterio, se debe "la obediencia de la fe" (Rm 16, 26; cf. 1, 5; 2 Co 10, 5-6), la actitud con la cual "el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el homenaje total de su entendimiento y voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela" (Const. dogm. Dei Verbum, 5). Todo esto conduce a un cambio fundamental del modo de relacionarse con toda la realidad; todo se ve bajo una nueva luz, se trata por lo tanto de una verdadera "conversión". Fe es un "cambio de mentalidad", porque el Dios que se ha revelado en Cristo y ha dado a conocer su designio de amor, nos aferra, nos atrae a Sí, se convierte en el sentido que sostiene la vida, la roca sobre la que la vida puede encontrar estabilidad. En el Antiguo Testamento encontramos una densa expresión sobre la fe, que Dios confía al profeta Isaías a fin de que la comunique al rey de Judá, Acaz. Dios afirma: "Si no creéis -es decir, si no os mantenéis fieles a Dios- no subsistiréis" (Is 7, 9b). Existe, por lo tanto, un vínculo entre estar y comprender que expresa bien cómo la fe es acoger en la vida la visión de Dios sobre la realidad, dejar que sea Dios quien nos guíe con su Palabra y los Sacramentos para entender qué debemos hacer, cuál es el camino que debemos recorrer, cómo vivir. Al mismo tiempo, sin embargo, es precisamente comprender según Dios, ver con sus ojos lo que hace fuerte la vida, lo que nos permite "estar de pie", y no caer.
Queridos amigos, el Adviento, el tiempo litúrgico que acabamos de iniciar y que nos prepara para la Santa Navidad, nos coloca ante el luminoso misterio de la venida del Hijo de Dios, el gran "designio de benevolencia" con el cual Él quiere atraernos a sí, para hacernos vivir en plena comunión de alegría y de paz con Él. El Adviento nos invita una vez más, en medio de tantas dificultades, a renovar la certeza de que Dio está presente: Él ha entrado en el mundo, haciéndose hombre como nosotros, para llevar a plenitud su plan de amor. Y Dios pide que también nosotros nos convirtamos en signo de su acción en el mundo. A través de nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra caridad, Él quiere entrar en el mundo siempre de nuevo y quiere hacer resplandecer siempre de nuevo su luz en nuestra noche.
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