viernes, 2 de abril de 2010

VIERNES SANTO: JESÚS MUERE EN LA CRUZ




J. MOLTMANN CONCILIUM 1972 JUNIO nº 76.

Para comprender la historia de la muerte de Jesús abandonado por Dios como un acontecer que tiene lugar entre su Padre y él como Hijo es preciso hablar en esquemas trinitarios, dejando a un lado, en este primer momento, el concepto general de Dios. En Gál 2,20 aparece la fórmula parédoken con Cristo como sujeto («... el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí»). Según esto, no sólo el Padre entrega al Hijo, sino que el Hijo se entrega también a sí mismo. Lo cual hace referencia a una comunión de voluntades entre Jesús y su Padre en el momento de su separación total por el desamparo de Dios en la cruz. Ya Pablo había interpretado como amor el acontecimiento del desamparo de Cristo por Dios. Lo cual reaparece en la teología de san Juan (3,16). Y la primera carta de Juan ve centrada, en este acontecimiento del amor en la cruz, la existencia de Dios mismo: «Dios es amor» (4,16). Por eso, en la terminología posterior, se puede hablar, en relación con la cruz, de una homousía o consustancialidad del Padre con el Hijo, y viceversa. En la cruz, Jesús y su Dios y Padre se hallan distanciados al máximo por el abandono y al mismo tiempo se hallan en la más estrecha unión por la entrega. Pues del acontecimiento de la cruz entre el Padre que abandona y el Hijo abandonado procede la entrega misma, es decir, el Espíritu.

Si se quiere interpretar el acontecimiento de la crucifixión de Jesús en el marco de la doctrina de las dos naturalezas, dispondríamos solamente del concepto del Dios único y de la naturaleza divina, y desembocaríamos en graves paradojas. En la cruz clamaría entonces Dios a Dios. En consecuencia, en este y sólo en este momento «Dios habría muerto» y, al mismo tiempo, no habría «muerto». Además, si contamos únicamente con el concepto de Dios, siempre estamos inclinados a adscribirlo al Padre, refiriendo entonces la muerte a la personalidad humana de Jesús, con lo que la cruz es «vaciada» de la divinidad. Pero si, en este primer momento, prescindimos ya de dicho concepto de Dios, tendremos que hablar de personas en el marco mismo de las circunstancias peculiares de este acontecimiento concreto. El Padre es el que abandona y entrega. El Hijo es el abandonado, entregado por el Padre y también por sí mismo. De esta realidad histórica procede el Espíritu del amor y de la entrega, que conforta a los hombres desamparados.

Nosotros interpretamos así la muerte de Cristo no como un acontecimiento entre Dios y el hombre, sino principalmente con un acontecer intratrinitario entre Jesús y su Padre, del cual procede el Espíritu.

Con esta postura,
1) ya no es posible una comprensión no teísta de ]a historia de Cristo:

2) es superada la antigua dicotomía entre la naturaleza común de Dios y su Trinidad intrínseca, y

3) resulta superflua la distinción entre Trinidad inmanente y económica. Así, se hace preciso un lenguaje trinitario para llegar a la plena comprensión de la cruz de Cristo y se sitúa en su verdadera dimensión la doctrina tradicional sobre la Trinidad.

La Trinidad ya no es entonces una especulación sobre los misterios de un Dios «sobre nosotros», al que es preferible adorar en silencio a investigar vitalmente, sino que en definitiva constituye la expresión más concisa de la historia de la pasión de Cristo.

Este lenguaje trinitario preserva a la fe tanto del monoteísmo como del ateísmo, manteniéndola adherida al Crucificado y mostrando la cruz como inserta en el ser mismo de Dios y el ser de Dios en la cruz. El principio material de la doctrina trinitaria es la cruz. El principio formal de la teología de la cruz es la doctrina de la Trinidad. La unidad de la historia del Padre, del Hijo y del Espíritu puede luego, en un segundo término, ser denominada «Dios». Con la palabra «Dios» se quiere expresar entonces este acontecer entre Jesús y el Padre y el Espíritu, es decir, esta historia determinada. Ella es la historia de Dios a partir de la cual sobre todo se revela quién y qué es Dios.

Aquel que quiera hablar cristianamente de Dios deberá «contar» y predicar la historia de Cristo como historia de Dios, es decir, como la historia entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, a partir de la cual se establece quién es Dios, y ello no solamente para el hombre, sino también en el seno de su propia existencia. Esto significa, por otra parte, que el ser de Dios es histórico y existe en esta historia concreta. La «historia de Dios» es así la historia de la historia del hombre.

3 comentarios:

  1. Jesús nos ha dejado a María por madre. Nos ha dado su Espíritu para caminar a nuestro lado. Pero, no se conforma con esto. Quiere regalarnos también la Iglesia.

    La Iglesia que ha brotado de su corazón. La sangre y el agua que brotaron de su costado, son los símbolos de los sacramentos que forman la Iglesia: Bautismo y Eucaristía. La Iglesia es santa porque ha brotado del corazón de Cristo.

    La Iglesia no son los curas o las monjas, o éste o aquel..., sino la Comunidad que brota del amor de Dios, arrastrada por nuestras incoherencias, mezquindades, pobrezas..., pero santa. Ella nos ha conservado y nos regala la palabra de Dios. Ella nos alimenta con la Eucaristía. Ella está llena de una inmensidad de hombres santos, encontrados en todos los momentos de la Historia.
    (Tomado de "Vivir la Cuaresma, gozar la Resurrección", de Julia Merodio Atance, Ed. San Pablo)

    ResponderEliminar
  2. EL CRISTIANO ANTE LA MUERTE Y EL DOLOR.
    En el Antiguo Testamento la oración obraba milagros externos: libraba del fuego, de las fieras y del hambre. A éstos opone Tertuliano los milagros internos, mucho mayores, de la oración en el Nuevo Testamento: "La oración de los cristianos no hace bajar al ángel del rocío en medio del fuego, ni cierra las boca de los leones, ni trae a los hambrientos un pan material. No hace, por medio de la gracia que Dios envía, insensible al dolor. Lo que hace es dr a quienes sienten el dolor y el tormento la fuerza para resistir; la gracia se encarga de incrementar sus energías. La fe reconocerá qué es lo que recibe del Señor, si comprende qué ha de padecer por el nombre del Señor" (Tertuliano, De or.29).

    Tertuliano expone aquíun pensamiento que es de suma importancia para entender rectamente el dolor cristiano. La gracia -exceptuados los casos extraordinarios- no hace al hombre insensible al dolor, no le confiere ninguna invulnerabilidad. Podemos sentir y tendremos que sentir el dolor como tal, en toda su gravedad y amargura. La actitud cristiana ante el dolor no es impsabilidad estoica, distanciamiento, insensibilidad. No. Como Cristo se revistió de nuestra naturaleza pasible y apuró hasta las heces el cáliz del sufrimiento, así también el cristiano puede sentir y sentirá el dolor y la muerte en todo su crudo realismo, como dolor, pues, ha de llegar a la gloria con Cristo pasando por la cruz y la muerte.

    También para Cristo el "tránsito", el "paso" significó ruina de su existencia humana, desprestigio y humillación, anonadamiento y extinción a los ojos del mundo. Este es, por tanto, el sentido del sufrir y morir: camino de salvación, Pascua, tránsito. ¡En pos de Cristo, atravesamos las aguas de la muerte hasta penetrar en la vida de Dios".

    ResponderEliminar
  3. Al final del via crucis, el Papa dijo:
    El Papa resaltó que el Viernes Santo "es el día de la esperanza más grande, la esperanza madurada en la cruz. (...) Desde el día en que Cristo fue alzado en ella, la cruz, que parece ser el signo del abandono, de la soledad, del fracaso, se ha convertido en un nuevo inicio: desde la profundidad de la muerte emerge la promesa de la vida eterna. En la cruz brilla ya el esplendor victorioso del alba del día de la Pascua".



    Benedicto XVI afirmó que "en el silencio de esta noche, en el silencio que envuelve el Sábado Santo, embargados por el amor ilimitado de Dios, vivimos en la espera del alba del tercer día, el alba del triunfo del Amor de Dios, el alba de la luz que permite a los ojos del corazón ver de modo nuevo la vida, las dificultades, el sufrimiento".



    "La esperanza -continuó- ilumina nuestros fracasos, nuestras desilusiones, nuestras amarguras, que parecen indicar la ruina de todo. El acto de amor de la cruz, confirmado por el Padre, y la luz deslumbrante de la resurrección, lo envuelve y lo transforma todo: de la traición puede nacer la amistad, de la negación el perdón, del odio el amor".



    El Santo Padre concluyó pidiendo a Dios ayuda "para llevar con amor nuestra cruz, nuestras cruces cotidianas, con la certeza de que están iluminadas con la claridad de tu Pascua".

    BXVI-SEMANA SANTA/VIERNES SANTO/... VIS 100407 (500)

    ResponderEliminar