miércoles, 23 de diciembre de 2009

ALGUNOS CURAS VASCOS CONTRA SU NUEVO OBISPO


Una de las noticias más triste de los últimos días es el comportamiento rebelde de un grupo, bastante numeroso, de curas de Guipúzcoa contra el nombramiento del nuevo Obispo, José Ignacio Munilla. Triste y lamentable.

Estos sacerdotes, con su comportamiento, han retrocedido varios siglos en la historia de la religión. Se han convertido, firmando ese nefasto manifiesto, en miembros de la tribu de Leví. Primero y antes que nada miembro de la tribu, del nacionalismo. Después, vasco, también de la tribu de Setién y de Arzalluz. Por fin, sacerdotes, pero no de la Iglesia católica -universal-, sino de la Iglesia vasca, con ADN propio y específico.

Viendo la fuerza con la que han protestado por el nombramiento del nuevo Obispo, por parte del Vaticano, uno piensa: ¡cuánta fuerza se hubiera ganado, si la hubieran reconducido para alzar su voz contra los asesinos de ETA y en defensa de sus inocentes víctimas! Nunca, ni una palabra en defensa de ese cerca de millón de muertos con que ETA ha ensuciado nuestra tierra española; siempre, más bien, equiparando a las víctimas y verdugos, haciendo imaginarias comparaciones, sin base lógica de ningún tipo, entre el terrorismo de Estado y "los demás terrorismos". Su cobardía les impedía, incluso en esta patética comparación, llamar a las cosas por su nombre: "Terrorismo de ETA". Cobardemente, desdibujaban la realidad extorsionándola con el eufemismo "demás terrorismos". Poca, perdón, ninguna vergüenza en los levitas vascos. Mucha cobardía.

Ya que son tan valientes, cerrando las ventanas de su inteligencia y uniendo sus oscuras y vacías cabezas unas con otras -cual caballerías que se defienden del lobo a coces- lanzan escritos firmados con la rúbrica de sus coces, que piensen y recapaciten un poco en su verdadera situación. Son sacerdotes de la única Iglesia Católica; deben -porque así lo han prometido, mediante un voto explícito, libremente emitido- obediencia a su Obispo. Posiblemente alguno de estos levitas vascos sean puros como ángeles, guardando -digo, posiblemente- su celibato con esmero. Sin embargo, el otro voto emitido, el de la obediencia, ni les pica un poquillo en la conciencia. Su libertad vasca por encima de cualquier cargo de conciencia obsoleto y antinacionalista.

Pues, señores curas vascos, firmantes del manifiesto: Tienen que cumplir sus votos -todos los emitidos, también el de obediencia-con toda honradez. Si no se sienten lo suficientemente fuertes para hacerlo, sean honrados y soliciten su secularización y luchen su vida sin el paraguas del estamento clerical. Otros les hemos precedido por sucedernos eso con el otro voto, el del celibato. Sean valientes y procuren no hacer más daño a los buenos y honrados cristianos vascos, que sin dejar de sentirse tales, se sienten a la vez y sin posibilidad de distingo españoles y católicos. La Iglesia Católica es una organización que como tal tiene sus normas. Si Vds. se sienten incapaces de cumplir con ellas, sean consecuentes y aborden su vida desde la secularidad, viviendo y luchando con las armas de todos los seglares, que no tenemos los privilegios y respetos del Acuerdo Iglesia-Estado español. Sí "español", pues, el Acuerdo que a Vds., levitas vascos, cobija, es un acuerdo entre la Iglesia Católica y el Estado Español, del que -seguro- tampoco se sienten miembros. ¡Qué pena: No sentirse ni católico ni español y tener la cobardía de comportarse como tales, en lo que a su beneficio particular conviene!

No conozco al futuro Obispo Munilla. Según he leído, en sus años de párroco de Zumárraga les dió a más de uno de los firmantes más de un agua como verdadero pastor, como solícito sacerdote, que atendió a todos los feligreses sin distinción, pero de un modo particular a los más desfavorecidos, los marginados y drogadictos. Quizá su escrito de ahora sea un coletazo envidioso que les quedó entonces como secuela vitalicia. ¡Qué pena!

En fín, amigos curas vascos, firmantes del libelo contra Munilla: Piénsenlo y den el paso que sea necesario para ubicarse, social y eclesiásticamente, en el lugar que les corresponda y que menos daño y escándalo haga al resto de los ciudadanos y hermanos en la fe. A la Iglesia se le puede y debe criticar, pero, al hacerlo todos lo hemos de hacer con respeto y ustedes, particularmente -por su voto-, sin romper la obediencia debida a sus Pastores, que un día libremente expresaron.

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