jueves, 24 de diciembre de 2009

¡FELIZ NOCHE BUENA, FELIZ NAVIDAD!




24 de diciembre: Noche Buena. Estamos en uno de los días más significativos del calendario. Por unas razones u otras, somos muchos a los que nos ilusiona esta fecha. Son muchos los recuerdos que este día nos embargan. De cuando niños, estábamos deseando que se acabase la cena -entonces no teníamos Papá Noel, los niños españoles- para escuchar las campanas que nos convocaban a la Misa del Gallo. Embozados con nuestras bufandas, íbamos delante de los padres, corriendo hacia la Iglesia, para ver si teníamos la suerte de ser elegido entre los monaguillos para ayudar en la Misa.

Por la calle, se iban uniendo vecinos, sorteando los trozos helados de nieve que había en las calles, pues, la mayoría de los años o estaba nevando o por la fiesta de la Inmaculada, 8 de diciembre, ya nos había caído una buena nevada de más de 40 cms., de la que aún quedaban restos de hielo por las calles.

Ya en la Iglesia, aún me impresiona recordar la Iglesia a tope, todos con caras alegres, cantando a pulmón abierto. Sí, en mi pueblo, Navarredondilla, todos hemos cantado, siempre, en la Iglesia con todas nuestras ganas. Mujeres y hombres, mayores y niños. El cura, vestido de casulla blanca con adornos dorados, salía exultante y nos diríga una de las homilías más cálidas y hondas de todo el año. Los monaguillos, orgullosos de haber sido elegidos para ese día, con nuestras sotanillas rojas y nuestros blancos roquetes, precedíamos al sacerdote hacia el altar.

Atrás, en la parte alta de la tribuna, los mozos y hombres mayores cantaban con una sonora rotundidad, como no lo hacían en todo el año. Como era la Misa "del Gallo", alguno, amparado en la lejanía de la tribuna y animado por el vinillo de la cena y la copilla de la sobremesa, se atrevía a lanzar un ki-ki-ri-kí, cuyo final se ahogaba por la mirada fija y recriminatoria del cura.

En la comunión y al final de la Misa, los villancicos clásicos eran cantados por todos con una ilusión nueva y pura. Terminaba la ceremonia el sacerdote felicitándonos la Navidad.

Al terminar la Misa y ya en la calle, el sacerdote se dirigía a los pequeños grupos que aguantaban fuera "la pelona", la helada que estaba cayendo y nos reiteraba la felicitación navideña.

La Noche Buena, daba comienzo a los días de Navidad, y era el encuentro de toda la familia. Eran años en que, quien más quien menos, tenía algún familiar fuera del pueblo. Unos en Madrid, otros en Francia, Alemania o Suiza. Reencontrarnos todos al calor del hogar, consumiéndose en la lumbre baja, sin acabarse nunca, la leña de fresno que en la otoñada se había acarreado de los prados, y, finalmente, todos juntos en la mesa, con el brasero a tope, convertían la cena de Navidad en la Cena del año.

Comenzaba la cena con una oración sencilla y sincera de la madre o del padre, donde no faltaba el recuerdo para los que ya no estaban. Y empezaba la cena. La comida, entonces, era lo de menos. No eran muchos los posibles, por aquellos años cincuenta del siglo pasado, pero en cada casa se hacía, dentro de sus límites, un pequeño esfuerzo culinario. Pero, lo importante era el reencuentro: Ver a ese hermano mayor que se había ido a Madrid a trabajar en una carnicería; al padre que volvía de la emigración; a la tía que, Maestra Nacional ella, venía desde Soria a pasar las vacaciones navideñas con su hermana y sobrinos. Ver todo eso, ver aquellos rostros reflejando sincera alegría es un recuerdo entrañable que, a muchos -entre los que me encuentro-, hace que la Noche Buena sea algo maravilloso, que hace aflorar en nosotros aquel niño ingenuo y travieso que fuimos, aquel joven lleno de fuerza y ansias de vivir, ese padre de familia que, orgulloso, da a sus hijos una lección inolvidable, aunque sin palabras, del valor de la familia.

Yo, desde esta mi humilde atalaya, deseo a todo el mundo una FELIZ NAVIDAD, UNA FELIZ NOCHEBUENA. Este deseo debe tenerse no solamente hoy, sino todos los días del año. De acuerdo, faltaría más. Pero, en este día especial, yo lo deseo especialmente y desde lo más hondo de mi corazón. Mi deseo de felicitación para todos los que aún caminamos por esta ladera, y mi oración más cariñosa y sincera, para los que ya nos han dejado, pero siguen cercanos y vivos en nuestro corazón: Para ese amigo con el que un día pasamos estas fiestas, para ese vecino, cuyo recuerdo guardamos, para esos padres que nos dieron la vida y nos enseñaron, con gran sencillez, a vivir estas fiestas como es debido, familiarmente.

¡ FELIZ NOCHE BUENA, FELIZ NAVIDAD!

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