martes, 12 de febrero de 2013

SOBRE LA RENUNCIA DEL PAPA BENEDICTO XVI


Tras casi ocho años de Pontificado, Benedicto XVI ha renunciado al Ministerio de Pedro, porque ha “llegado a la certeza de que, por la edad avanzada (casi 86 años) ya no tengo fuerzas para ejercer el ministerio petrino”.

Tal decisión resulta aparentemente inédita, habida cuenta el largo período de tiempo desde que otro Papa renunciara a la silla de Pedro. Exactamente hace 598 que Gregorio XII, veneciano y con nombre de pila Angelo Correr, se retiró (año 1415), dos años antes de morir. Aunque cuasi inédita –por lo poco habitual o frecuente-, sin embargo, la renuncia no es una decisión que comporte anomalía teológica o eclesial alguna.

NO IMPLICA ANOMALÍA TEOLÓGICA. No implica anomalía teológica, porque el munus petrinus, es un ministerio, es decir, una tarea encomendada por la Iglesia que debe ser tomada y considerada como un servicio. Y este servicio solamente puede ser cumplido, en toda su amplitud, si el servidor se encuentra en plenitud física, psíquica y espiritual. A Benedicto XVI no le fallaba la plenitud espiritual, entendida ésta como vocación sacerdotal, pero, física y psíquicamente se encontraba un tanto debilitado desde hacía un par de años. Así lo reconoce en su alocución, al anunciar la renuncia:

“…en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”. Imposible decirlo mejor, más conciso y con las palabras justas y adecuadas.

El Papa al renunciar, reconociendo públicamente que no tiene fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio, dada la dificultad de la tarea “en el mundo de hoy”, y reconociendo su “incapacidad para ejercer bien el ministerio” ha demostrado su calidad y su sensibilidad humana y sacerdotal. Calidad humana que acredita en el penúltimo párrafo de su alocución, al dar a sus “Queridísimos hermanos… las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio”. Calidad humana que en Castilla lo traducimos con una frase muy elocuente: “Es de bien nacidos, ser agradecidos”. El Papa se va explicitando su agradecimiento. Y no solamente el agradecimiento a sus hermanos de la curia romana, sino pidiendo “perdón por todos mis defectos”. Imposible más humildad.

NO IMPLICA ANOMALÍA ECLESIAL. Tampoco comporta anomalía eclesial, pues, como decía al principio, aunque la renuncia no es ni ha sido habitual en la historia del papado, sin embargo, está perfectamente tipificada por la Iglesia en su Código Canónico. En este aspecto, el punto 2 del Canon 332 dice expresamente:
Canon 332 (CIC):

2. Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie.

No se trata de una dimisión –como se suele decir, echando mano de los conceptos y terminología políticos, donde, por cierto, no tiene conjugación el verbo “dimitir”-, sino de una renuncia. Y la finura intelectual del Papa se expresa meridianamente, cuando el requisito de la libertad (“que la renuncia sea libre”), que se asienta, obviamente, en una consciencia previa lo cumple así en su comunicación: “Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro…”. Y la renuncia se ha manifestado “formalmente” al haber sido hecha en un Consistorio Ordinario Público, ante los fieles y los miembros de la jerarquía eclesiástica y, para mayor abundamiento, en la Lengua Oficial de la Iglesia, el Latín. Finura intelectual y exquisitez canónica.

Eclesial y canónicamente, pues, la renuncia no es algo heterodoxo. Es más, ya lo había preanunciado, veladamente, el propio Benedicto XVI, cuando en el año 2010, en el libro-entrevista Luz del Mundo, afirmaba:

Si el Papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho, y, en ciertas circunstancias, también el deber, de renunciar”.

Y hace tres años, Benedicto XVI afirmaba “que nota cómo sus fuerzas van disminuyendo y que tal vez el trabajo que conlleva el Pontificado sea excesivo para un hombre de 83 años”.

Personalmente, tengo una opinión positiva de la determinación del Papa. Ha demostrado, que para un buen católico, la Iglesia es lo primero, y, al renunciar por falta de fuerzas, nos ha dado un ejemplo maravilloso de sencillez y humildad. Su puesto de servicio estará, en adelante, en “servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria”. Mayor amor a la Iglesia, imposible. Su renuncia adquiere tintes de carácter martirial y es todo un ejemplo de humildad. Sin duda, sentará precedente en el futuro.



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