lunes, 28 de noviembre de 2011










"Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor...." (Isaías 11,1)





















FIGURAS DEL ADVIENTO

El año litúrgico comienza, como es sabido, con el tiempo de Adviento. Adviento es uno de esos “tiempos fuertes” del calendario litúrgico. Este tiempo se formó y desarrolló litúrgicamente entre los siglos IV y VI. A través de los textos liturgicos que la Iglesia pone a nuestro alcance para rezar y celebrar en este tiempo santo de Adviento sobresalen tres figuras que encarnan, cada uno desde una perspectiva, la esperanza cristiana: Isaías, san Juan Bautista y María.

El profeta Isaías explicita en sus bellos textos la esperanza mesiánica del pueblo de Israel. Este libro (en el que se incluyen los autores del segundo y tercer Isaías) es el gran "evangelio" del Antiguo Testamento, respecto de la venida del Mesías, las esperanzas que le preceden y acompañan y la alegría que suscita en el pueblo" (Ramiro González, Vivir el Año Litúrgico, CPL Editorial). Nos muestra la esperanza, que podríamos llamar, histórica. Representa el adviento histórico o mesiánico. Esta esperanza brota en el corazón del hombre en el umbral de la historia, cuando tras el pecado original, Dios muestra su decidido amor paternal no abandonando al hombre a su suerte natural, sino que, ofreciéndole una victoria final por medio de la descendencia de la mujer, deposita en Adan y Eva el germen de la esperanza mesiánica. El relato bíblico (Génesis 3, 8-15) está cargado de mesianismo, de esperanza, de salvación:
"Oyeron luego el ruido de los pasos del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista del Señor Dios por entre los árboles del jardín....

Entonces el Señor Dios dijo a la serpiente: "Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo.Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida.
Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar."


El profeta Isaías recogerá esa tradición bíblica primigenia y enlazará, proféticamente, con María: “He aquí que la doncella dará a luz un hijo y le llamará Emmanuel”. Es el profeta que idealiza la esperanza de los judíos, a la espera del que trae la salvación y la paz.
Juan Bautista es quien prepara los caminos para la venida Señor. El Señor viene, está en medio de vosotros, dirá el Bautista, pero sólo se hospedará en los corazones que estén previamente preparados mediante la penitencia y, arrepentidos, reciban el bautismo. Su figura no centra para nada en él la atención de sus oyentes, al contrario, apunta directamente al Mesías que viene: “He ahí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo…” Y realizada su misión señaladora, de sencilla señal que orienta hacia “el que viene”, se retira a un humilde segundo plano: “Conviene que yo desaparezca y él crezca”. Con su estilo de vida es testigo de humildad y austeridad y pide a las gentes que preparen el camino a la llegada del Señor, abajando las colinas y rellenando los barrancos; esto es, con la conversión. El es la voz que clama en el desierto, Jesús es la Palabra.

María es el instrumento elegido por Dios para culminar el plan salvífico que empezó en el Paraíso “a la hora de la brisa” y que culminó en la tarde del Viernes Santo en el Gólgota. Pero al llamar a María “instrumento elegido por Dios” no hemos de pensar que el Señor menoscabó ni un ápice su libertad humana. Dios la propone, arcangel san Gabriel mediante, su designio salvífico y ella, en uso de su absoluta libertad humana, responde rotunda y positivamente: Fiat, “Hágase en mí según tu palabra”.
María es consciente de la trascendencia que comportan las palabras del Angel. Ella es una judía piadosa y fiel, instruida en la Ley y los Profetas y conoce las palabras de Isaías que se refieren a la liberación mesiánica (capítulos 49-55), donde se describe la figura del “Siervo de Yahvéh”, elegido por Dios para la salvación de todos, y quien, para lograrlo, será llevado como cordero al matadero, sin protestar. María, como la Iglesia ha hecho posteriormente, veía en el “Siervo de Yahvéh” el destino de su Hijo Jesús. La figura del “Siervo” preanuncia el papel salvador de su Hijo. Por esto, junto a esa absoluta y libre voluntad de cooperar al cumplimiento de los planes de Dios, se une la adhesión de María al camino de su Hijo, la cooparticipación en su cruz. En su visión y en su corazón iba madurando la gran verdad: el Hijo que iba a tener era el Mesías que traería al pueblo la salvación, pero esta salvación vendría envuelta en los dolores del redentor en el ara de la cruz. Con razón puede vincularse así, “en indescirnible unión, el tiempo de Adviento con el Misterio Pascual, pues, la venida del Redentor envuelve ya el anuncio, a los ojos de María, de la Pasión y la Resurrección" (Alfa y Omega nº 761).

CONCLUSIÓN: Las virtudes que el tiempo de Adviento quiere que vivamos son las siguientes: la vigilancia y la espera definitiva del Señor; la moderación y humildad; la oración y el trabajo; la constancia en la fe; la preparación del camino al Señor; valorar en su justa medida las cosas de aquí abajo y poner nuestro corazón en las del cielo y, finalmente, esperar y acoger al Señor que viene en la Navidad.

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