miércoles, 2 de noviembre de 2011












Fiesta de todos los Santos y Día de los Difuntos. Los cristianos celebramos, sin solución de continuidad, ambas fiestas los días 1 y 2 de noviembre. Como tantas celebraciones litúrgicas cristianas, la Iglesia no ha tenido más que mirar a su alrededor y dar un sentido y orientación cristianos a los ritos paganos o religiosos que la rodeaban, forjando, así, sus propias fiestas cristianas.

En la antigüedad, los cambios fundamentales de las estaciones eran fundamentalmente dos: El comienzo del mal tiempo –invierno- y el comienzo del buen tiempo –verano- ; era la forma de computar el tiempo y de fijar las estaciones. Los solsticios (máxima y mínima altura del Sol sobre el horizonte) y los equinoccios (posiciones intermedias entre aquellas alturas máxima y mínima) marcaban, pues, el cambio de las estaciones.

La llegada del mal tiempo o invierno se fijaba tras discurrir 40 días desde el equinoccio de otoño, es decir desde el 22 de septiembre. Y la Iglesia cristianizó y dio configuración litúrgica a esta costumbre que venía de antiquísimas culturas institucionalizando la Fiesta de Todos los Santos.

La fiesta de los Difuntos encontramos sus antecedentes paganos tanto en el área mediterránea como en el de los países anglosajones. En la antigua Grecia se pensaba que, entre el 1 y el 2 de noviembre, Hades permitía que los espectros de quienes durante su vida terrena habían sido buenas personas subiesen hasta la superficie de la Tierra y se mostrasen a sus descendientes y hablasen con ellos mediante ruidos.

En las antiguas culturas de Irlanda y de Britania vemos cómo celebraban el año nuevo, paso del verano al invierno, la noche del 31 de octubre. Y la celebración consistía en el festival de Samhain (celebraban cuatro, siempre 40 días después de los equinoccios y solsticios: vísperas del 1 de mayo, del 2 de agosto y del 2 de febrero), donde se encendían hogueras a cuyo fuego se le atribuían mágicas propiedades y servía, a la vez, para encender el fuego de todos los hogares. Posteriormente, en el siglo V d. C, los sajones recogieron la tradición del Samhain que, más tarde, transformarían en el cristianizado All Hallow Hallow Even -“Víspera de todo lo sagrado”- (o Hallowe’en) y que celebraban con máscaras y luces, evocando así la visita de las almas y el paseo de brujas, duendes y fantamas. De ahí la costumbre de los niños –cuando pasó esto a Estados Unidos de América- de disfrazarse e ir de puerta en puerta con sus calabazas huecas y llenas de agujeros por los que sale la luz de las luces que van dentro, dando imagen de calaveras humanas.

La Iglesia, al anunciar la Buena Nueva del Cristianismo no tiene que inventarse nada nuevo. Simplemente presenta el mensaje nuclear cristiano: Cristo, el Hijo del Dios vivo, ha venido al mundo, ha sufrido y muerto por nosotros y, finalmente, ha vencido a la muerte, resucitando de entre los muertos y, si creemos en Él resucitaremos, también, con Él.

Al morir, pues, los que estamos injertados en Cristo por el Bautismo resucitamos, también, con él, aquí, a una Vida Nueva, la vida de la Gracia; y al final de los tiempos resucitaremos con nuestros propios cuerpos y almas para gozar de la presencia del Padre por toda la eternidad.

Santos son, en la Iglesia todos aquellos que han recibido el Bautismo y viven unidos a Jesucristo Resucitado, siguiendo sus huellas y dando testimonio claro de su condición de cristianos. Es absolutamente lógico que la fiesta de los Santos y el recuerdo de los difuntos vayan unidos, pues, nuestro difuntos no están en el Hades, condenados eternamente, sino por la fuerza y el Espíritu de Cristo Resucitado van a resucitar también con Él y gozar de la Vida plena en el Cielo.

ORACIÓN POR LOS DIFUNTOS:


Oh Dios, gloria de los fieles y vida de los justos,

nosotros, los redimidos por la muerte y resurrección

de tu hijo,

te pedimos que acojas con bondad a tus siervos difuntos,

y pues creyeron en la resurrección futura,

merezcan alcanzar los gozos de la eterna bienaventuranza.

Por Jesucristo Nuestro Señor. Amen.


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