miércoles, 3 de noviembre de 2010

CON BUENA FE Y SINCERIDAD




Hay situaciones, temas o asuntos que, recurrentemente, me asaltan y replanteo, buscando su razón de ser, su porqué, su "quid prodest" -a quien beneficia-... Uno de ellos es la ubicación política e intelectual que elegimos cada uno.

Tengo entre mis amigos gentes de todas las inclinaciones politicas y religiosas, siendo mayoría aquellos que se encuentran situados en coordenadas religioso-políticas muy distantes de las mías. No obstante ello, les considero -y creo que ellos a mí- muy buenos amigos.

Mas, yo me pregunto: Si tanto mis amigos como yo estamos viviendo una circunstancia existencial parecida, tanto a nivel familiar, como profesional, como intelectual: ¿Por qué existen, después, tantas diferencias de enfoque en temas concretos como pueden ser la política o la visión de la sociedad? Unos a otros nos decimos, muchas veces: Tu piensas así porque solamente lees éste o aquél periódico o escuchas esta o aquella emisora de radio o T. V. Sin embargo, no es del todo cierto, pues, tanto ellos como yo leemos diariamente varios periódicos -digitales o escritos-, y sintonizamos varias emisoras de radio y televisión, aunque, bien es cierto, que con más intensidad aquellas con cuyos postulados más coincidimos.

No se bien la razón, causa o génesis del comportamiento, variopinto, antedicho. Pienso que, a lo mejor, la causa está en una ubicación previa y radical -en el sentido etimológico del término: "de raíz"-, que nos impulsa, quizá subconscientemente, a anteponer lo que queremos o deseamos subjetivamente, a lo que constatamos, comprobamos y necesitamos objetivamente. Caemos todos, sin darnos cuenta, en un voluntarismo irracional -en el mejor sentido y sin ánimo de ofensa, pues, me incluyo- donde prima lo personal y subjetivo sobre lo natural y lo real. Somos, por ello, incapaces de elaborar un análisis serio y objetivo de: primero, ver cuál es la situación real y objetiva que tenemos y nos rodea; segundo, en qué manera -positiva o negativa- incide en mi persona, mi vida y mi familia; tercero, cuál sería la mejor forma de afrontar tal situación y de aplicar ante ella unos comportamientos y soluciones que coadyuvaran, de un modo real y práctico, a su solución y reequilibrio, con el mejor y mayor beneficio para todos.

Es cierto que, gracias a Dios, cada uno somos distintos, que nadie es igual a otro. Y esa diversidad y pluralidad son buenas en sí mismas. Pero, nuestra racionalidad debe ser fuente inagotable de donde broten, siempre y en toda circunstancia, soluciones realistas capaces de intentar solucionar, de un modo lo más consensuado posible, las vicisitudes, problemas y circunstancias que vayan surgiendo.

Esa racionalidad debe tener un a priori clave: la buena fe y la sinceridad mutua. Si no obramos de buena fe y con sinceridad, sino que anteponemos sentimientos egoístas, grupales o de secta, entonces, poco a poco, iremos divergiendo más en nuestros planteamientos y soluciones.

Aunque parezca mentira, toda esta elucubración previa ha sido fruto de contemplar hoy, y a través de varios y diversos medios de comunicación, la realidad social, política, religiosa, económica y cultural que nos rodea. Y tras su contemplación ver que el problema real y trágicamente objetivo de España continúa siendo el mismo: la crisis galopante que sufrimos y que continúa avanzando y llevándonos a un pozo muy oscuro y que las soluciones y aportaciones para darle solución continúan ahí -cual toro solitario en el albero, sin nadie que le lidie-, sin que los diferentes grupos sociales, políticos y económicos sean capaces de ponerse mancomunadamente a articularlas y aplicarlas correctamente. Y lo que es peor: tratando de desviar -todos- la atención a problemillas menores, sin tener en cuenta que más de cuatro millones de trabajadores están en paro y que en un millón de hogares no entra salario alguno y que, a día de hoy, siguen siendo aún intolerablemente largas las listas de espera para operaciones quirúrgicas de vida o muerte.

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