martes, 20 de octubre de 2009

LA VOZ DEL MAGISTERIO: Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Missio



La Iglesia siempre ha sabido suscitar, en las poblaciones que ha evangelizado, un impulso hacia el progreso; Gobiernos y expertos internacionales se maravillan de que se consigan notables resultados con escasos medios. «La Iglesia –he afirmado en la encíclica Sollicitudo rei socialis– no tiene soluciones técnicas al problema del subdesarrollo en cuanto tal», sino que «da su primera contribución a la solución del problema urgente del desarrollo cuando proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre, aplicándola a una situación concreta».


La Conferencia de Puebla afirmó que «el mejor servicio al hermano es la evangelización».

La misión de la Iglesia no es actuar directamente en el plano económico, técnico, político o contribuir materialmente al desarrollo, sino que consiste esencialmente en ofrecer a los pueblos no un tener más, sino un ser más, despertando las conciencias con el Evangelio.


El desarrollo humano auténtico debe echar sus raíces en una evangelización cada vez más profunda», no deriva primariamente ni del dinero, ni de las ayudas materiales, ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la formación de las conciencias, de la madurez
de la mentalidad y de las costumbres. Es el hombre el protagonista del desarrollo, no el dinero ni la técnica. La Iglesia educa las conciencias revelando a los pueblos al Dios que buscan, pero que no conocen; la grandeza del hombre creado a imagen de Dios y amado por Él; la igualdad de todos los hombres como hijos de Dios; el dominio sobre la naturaleza creada y puesta al servicio del hombre; el deber de trabajar para el desarrollo del hombre entero y de todos los hombres.
Juan Pablo II, encíclica Redemptoris missio, 58 (1990)

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