miércoles, 28 de octubre de 2009

DÍA DE LOS SANTOS Y DÍA DE LOS DIFUNTOS





















Los próximos días, el domingo y el lunes, celebraremos el día de todos los Santos y el día de los Difuntos, respectivamente.

A pesar de la secularización progresiva de nuestra sociedad, aún se mantiene entre nosotros la bella tradición de visitar, en los cementerios, a los seres queridos que un día el Señor llamó: nuestros difuntos.

Bella tradición ésta y cristiana por antonomasia. Su fundamento no es otro que la fe del cristiano en la Resurrección de Jesucristo. Jesucristo sufrió pasión y muerte, pero, el Padre Dios le resucitó de entre los muertos al tercer día y está glorioso en el Cielo. Con su resurrección ha vencido a la muerte, último enemigo en aniquilar. Su resurrección es para nosotros prenda de gloria, de futura resurrección, también.

¿Condición para nuestra futura resurrección?: Vivir en Cristo y morir con Cristo. Si vivimos con Él y morimos con Él, resucitaremos, también, con Él, nos dice, acertadamente, el apóstol Pablo.

Este misterio pascual, muerte y resurrección de Cristo, es el meollo esencial de nuestra fe. Jesús, el hijo del carpintero de Nazareth, es el Hijo del Dios vivo. Muerto por nosotros, propició nuestra redención -el perdón de nuestros pecados; resucitado, ya no muere más y su cuerpo glorioso en el Cielo, sentado a la diestra del Dios Padre, es la garantía, total y absolutamente cierta, de que un día viviremos eternamente con Él, en la casa del Padre. Y al igual que su cuerpo, su carne, ha resucitado y está gloriosa en el Cielo, así este cuerpo nuestro, que, con la muerte enterramos o incineramos en toda su radical debilidad, resucitará glorioso, también, al final de los tiempos.

Rezar por los muertos, pedir a los parientes difuntos por nuestras necesidades -y todo ello hacerlo desde la fe en el misterio Pascual- no es sino vivir plenamente el misterio de la comunión de todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Con Él, como cabeza, estamos unidos todos sus miembros: los que aún peregrinamos por este mundo y los que ya, muertos en Cristo, disfrutan de su presencia gloriosa junto al Padre.

Es importante que los cristianos reflexionemos siempre, pero, particularmente, en estos días del puente de los Santos, sobre esta misteriosa pero cierta realidad. Con razón a los camposantos se los llama cementerio. No otra cosa significa la palabra sino "dormitorio". Y esa es la realidad: En el cementerio, nuestros difuntos "duermen" en Paz -en Cristo-, hasta que el Señor vuelva glorioso al final de los tiempos y resucite nuestra carne mortal, de tal forma que nosotros, reencontrando en Cristo nuestra propia identidad, podamos gozar completamente, en cuerpo y alma, de la bienaventuranza eterna. Sí, en cuerpo y alma. Pues, la fe en la resurrección es que esa carne destruida por la muerte, resucitará, en virtud de la resurrección de Cristo, y unida al alma, ambas, es decir, la persona como tal, gozarán de la Vida que no termina; gozarán de la vida eterna.
Bendito seas Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque en tu gran misericordia nos has hecho nacer, de nuevo, para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos.
Pidamos, pues, por nuestros difuntos -por la purificación de su alma- y pidámosles, a ellos, que intercedan por nosotros. Vivamos el Misterio de la Pascua: De la muerte y la resurrección de Cristo y en Cristo. Vivamos el misterio de la Vida.

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