domingo, 7 de junio de 2009

DOMINGO DE LA STMA. TRINIDAD: Lecturas


Enlace con las lecturas de este Domingo en que se celebra a todo un Dios, uno y trino: A la Santísima Trinidad.
http://www.corazones.org/biblia_y_liturgia/textos_bib_liturgia/domingos_b/ordinario_b/santisima_trinidad.htm

Comentario:
En la primera lectura, del Libro del Deuteronomio, Moisés, con talante pedagógico, imparte una vivísima catequesis sobre la existencia de Dios: Parte de la propia experiencia del Pueblo de Israel. Lleva a los israelitas a que reflexionen y vean cómo, desde los tiempos antiguos, no ha habido otro Dios, como Yahvéh, tan cerca de ellos, que hayan podido oir su Palabra, contemplar sus signos y milagros. El pueblo, cada uno de los israelitas, debe meditar hondamente en su corazón cómo a lo largo de la historia, en general, y de su propia hisoria personal, en particular, Dios se ha hecho presente salvíficamente. No hay duda: Es el único Dios. El buen israelita debe guardar todo ésto en su corazón, cumplir los mandamientos y deseos de ese Dios tan cercano y amable y así serán felices ellos y sus hijos después.
Tras escuchar la Palabra viva de Dios, el pueblo se siente dichoso -"Dicho el pueblo cuyo Dios es el Señor"- y no puede sino exclamar:
"La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra".

En la segunda lectura, San Pablo testimonia a los Romanos, que los cristianos hemos recibido el Espíritu de Dios, Espíritu que nos llena de alegría y regocijo, pues, nos convierte, nada más y nada menos, que en hijos de Dios. Y de verdad lo somos y de tal forma que, gracias al Espíritu, podemos tener la osadía y el atrevimiento de acercarnos, en Cristo Jesús, a todo un Dios, y llamarle cariñosamente "¡Abba!", Padrecito, Padre bueno, Papaíto. Todo un gozo.

En el Evangelio de San Mateo, se indica la consecuencia existencial de las dos lecturas anteriores: No podemos conservar egoístamente en nuestro corazón, la gran realidad del Espíritu que nos hace hijos de Dios, sino que, por el contrario, ser conscientes de ello, comporta una Misión: "Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado". Magnífica y comprometidísima misión. Pero Cristo, a la vez que el encargo les da la garantía: "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo".

Que los cristianos sepamos, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ser testigos fieles del Dios Padre misericordioso que se ha acercado a nosotros para salvarnos y que ha iluminado nuestra existencia debil y temblorosa con la luz de su palabra hecha carne: Jesucristo.
Subamos, pues, sin miedo al monte con Jesús y desde allí y tras gustar la maravilla del Dios uno y trino, lancémonos al mar de la vida para ser Testigos del amor de Dios.

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