domingo, 4 de octubre de 2009





Hoy celebra mi pueblo, Navarredondilla, la fiesta patronal: La Virgen del Rosario. El patrón parroquial es Santiago, pero “La Fiesta” la hemos celebrado siempre en honor de la Virgen del Rosario, el primer domingo de octubre.

Suele ser una fecha en que la compañía de las nubes se hace a veces demasiado presente, descargando fuertes lluvias. Este año, gracias a Dios, el sol vence, poderoso, a las nubes, que se tienen que limitar a ser privilegiadas testigos de cómo se divierten mis paisanos. Me alegro por ellos.

Tampoco este año he podido estar presente, físicamente, en la Fiesta, pero, ello no ha sido óbice para que desde que me despertara esta mañana, mi pensamiento haya volado raudo hacia Navarredondilla y, anímicamente, estoy presente, pidiendo a la Madre del Rosario por mi pueblo y por todos mis paisanos.

¡ Cuántos recuerdos se agolpan en mi memoria con motivo de “la función”, de la fiesta de mi querido pueblo ¡ Tuve la suerte de ser monaguillo desde muy temprana edad. Con cinco años ya vestía la sotanilla roja de monaguillo, que, dada mi estatura, pisaba con tanta frecuencia como me caía y rompía las vinajeras. ¡Pobre Don José María Sotillo, qué paciencia tenía con nosotros, aquel santo sacerdote!

En aquellos años de mi niñez, antes de la desbandada que supuso la emigración, Navarredondilla superaba los mil habitantes. En aquella década de los cincuenta –del siglo pasado, ¡cómo pasa el tiempo!- había un grupo de jóvenes, mozos y mozas, que durante los días previos preparaban la Misa, a la que con sus cantos daban un atractivo aún mayor.

La procesión la hacíamos, como en todas las fechas señaladas, por todo el pueblo. Cruzábamos la Plaza, subíamos por La Calzadilla, el taller de Victorio, Félix y Paco González Encabo, y traspasando el San Antón, bajábamos por la carretera para entrar por la calle de Los Caños, continuar por la puerta de los padres de Agustín y, tras superar la resbaladiza lancha de la calle de la Iglesia, llegar a la puerta suroeste de la Iglesia, llamada del cementerio. Durante todo el trayecto se daba una “pugna” sana entre los tamborileros y las mozas y niños que deseábamos ir cantando continuamente canciones marianas. Todo el pueblo cantaba, a garganta abierta, pues, la gente de Navarredondilla siempre ha participado en los actos litúrgicos cantando y rezando a viva voz.




En la mencionada puerta de la Iglesia tenía y sigue teniendo lugar la subasta de los banzos, que siempre eran enarbolados por los devotos de la Virgen, tras una reñida puja.



Junto a la subasta de los banzos, se ponía también en licitación el famoso árbol del mayordomo. Se trataba de un negrillo que era cortado por el Mayordomo de ese año y que engalanaba preciosamente a base de tartas, panes especiales, frutas selectas, alguna botella de licor, caramelos, a veces un jamón, etc. Junto al árbol, se ponían –y se siguen poniendo, aunque menos, pues, hay menos huertos hoy día- cestas y canastas de frutas exuberantes que, ofrecidas en honor y agradecimiento a la Virgen, se subastaban, para ayudar a la Iglesia con lo recaudado. Recuerdo las manzanas reinetas y verde doncellas que la madre de mi amigo Agustín ofrecía todos los años: ¡Llamaban la atención!

Terminado la santa Misa, la procesión y la subasta, todo el pueblo entrábamos con gran devoción a la Iglesia, para cantar a pleno pulmón la salve popular. Escuchar cantar aquella salve a hombres, mujeres, jóvenes y niños ponía y sigue poniendo el vello de punta. Al cantar la salve todos nos poníamos a los pies de la Virgen, con nuestros problemas, nuestras necesidades, nuestras penas, nuestros deseos. Pedíamos a la Madre que fuese maternal intercesora ante el Divino Hijo, para todo el pueblo. Contentos y felices, saludando a los paisanos que habían venido de Madrid, nos íbamos todos, autoridades locales y cura incluido, y la gran mayoría del pueblo, a tomar la limonada que había preparado el Mayordomo.

Baile al mediodía, por la tarde y velada de madrugada, eran el complemento festero de un gran día. Decía al principio que casi siempre llovía; daba igual. Llovía unos años, hacía frío de manta en ristre en otros, pero los hijos de Navarredondilla celebrábamos nuestra fiesta como una acción de gracias, a través de la Madre, una vez terminadas las tareas agrícolas del verano. La Fiesta no tenía entonces bandas musicales, sin embargo, no se limitaba al domingo, sino que duraba toda la semana. Es cierto. Durante toda la semana teníamos Misa cantada y procesión y bailes. Cierto que, a medida que pasaban los días, bajaba un poco la intensidad festera, pero, en la misma proporción subían los paseos por las calles y callejas del pueblo, cogiendo unas nueces por aquí, comiendo alguna fruta tardía por allá y visitando nuestros huertos que, por aquel entonces, eran cuidados laboriosamente y eran la base de nuestro sustento.

Termino aquí estas palabras de recuerdo, pero, mi imaginación continúa en Navarredondilla y en su fiesta en honor de la Virgen del Rosario. ¡ Que la Virgen nos proteja a todos e interceda maternalmente por los mayores que se nos han ido!
Paisanos, me uno a todos vosotros gritando ¡VIVA LA VIRGEN DEL ROSARIO!

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