miércoles, 19 de enero de 2011

23 ENERO: III DOMINGO TIEMPO ORDINARIO


EVANGELIO DEL DOMINGO:

Al enterarse Jesús de que habían
arrestado a Juan, se retiró a Galilea.
Dejando Nazaret se estableció
en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio
de Zabulón y Neftalí, para
que se cumpliera lo dicho por medio
del profeta Isaías: «Tierra de Zabulón
y tierra de Neftalí, camino del
mar, al otro lado del Jordán, Galilea
de los gentiles. El pueblo que habitaba
en tinieblas vio una luz grande; a
los que habitaban en tierra y sombras
de muerte, una luz les brilló».
Desde entonces, comenzó Jesús a
predicar diciendo: «Convertíos, porque
está cerca el reino de los cielos».
Pasando junto al mar de Galilea
vio a dos hermanos, a Simón, llamado
Pedro, y a Andrés, que estaban
echando la red en el mar, pues eran
pescadores. Les dijo: "Venid en pos
de mí, y os haré pescadores de hombres
».
Inmediatamente, dejaron las
redes y lo siguieron. Ypasando adelante
vio a otros dos hermanos, a
Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan,
su hermano, que estaban en la barca
repasando las redes con Zebedeo, su
padre, y los llamó. Inmediatamente,
dejaron la barca y a su padre y lo
siguieron.

Jesús recorría toda Galilea enseñando
en sus sinagogas, proclamando
el Evangelio del Reino y curando toda
enfermedad y toda dolencia en el
pueblo.
Mateo 4, 12-23

No encuentro mejor comentario al texto evangélico que la Liturgia presenta a nuestra consideración este domingo que las palabras del Papa en su homilía en la última visita a Santiago de Compostela:

Hemos sido creados, llamados, destinados, ante todo y sobre todo, a servir a Dios, a imagen y semejanza de Cristo. El reino de Dios se realiza a través de este servicio, que es plenitud y medida de todo servicio humano. No actúa con el criterio de los hombres, mediante el poder, la fuerza y el dinero. Nos pide a cada uno de nosotros la total disponibilidad de seguir a Cristo, el cual no vino a ser servido, sino a servir.

Os invito a descubrir vuestra vocación real para colaborar en la difusión de este Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz. Si de veras deseáis servir a vuestros hermanos, dejad que Cristo reine en vuestros corazones, que os ayude a discernir y crecer en el dominio de vosotros mismos, que os fortalezca en las virtudes, que os llene sobre todo de su caridad. ¡No tengáis miedo a ser santos! Ésta es la libertad con la que Cristo nos ha liberado. No como la prometen con ilusión y engaño los poderes de este mundo: una autonomía total, una ruptura de toda pertenencia en cuanto criaturas e hijos, una afirmación de autosuficiencia, que nos deja indefensos ante nuestros límites y debilidades, solos en la cárcel de nuestro egoísmo, esclavos del espíritu de este mundo. Por esto, pido al Señor que os ayude a crecer en esta libertad real como criterio básico e iluminador de juicio y de elección en la vida.

Esa misma libertad orientará vuestro comportamiento moral en la verdad y en la caridad. Os ayudará a descubrir el amor auténtico, no deteriorado por un permisivismo alienante y deletéreo. Os hará personas abiertas a una eventual llamada a la donación total, en el sacerdocio, o en la vida consagrada. Os hará crecer en humanidad, mediante el estudio y el trabajo. Animará vuestras obras de solidaridad y vuestro servicio a los necesitados en el cuerpo y en el alma. Os convertirá en señores para servir mejor y no ser esclavos, víctimas y seguidores de los modelos dominantes en las actitudes y formas de comportamiento.

Juan Pablo II, Homilía en la IV Jornada Mundial de la Juventud, 6. Santiago de Compostela (1989)

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