lunes, 18 de octubre de 2010

SANTA TERESA DE JESÚS Y SAN PEDRO DE ALCÁNTARA




El pasado 15 y hoy, 18 del presente mes de octubre, celebramos las fiestas de Santa Teresa de Avila y de San Pedro de Alcántara, respectivamente.



Ambas figuras son honrados en la Iglesia Católica como unos de los más insignes hijos, como uno de sus más grandes santos.



Del Libro de la Vida, de Sta. Teresa (cap. 27, puntos 17 y 18), pongo aquí, como mi pequeño homenaje a ambos santos, tan emparentados con mi querida tierra abulense, los siguientes extractos, en los que La Santa habla del reformador de la Orden Franciscana en España, quien, nacido en Alcántara el año 1499 y bautizado con el nombre de Juan de Sanabria; Arenas de San Pedro le declaró su Patrón en 1622 con motivo de su beatificación; fundó en esta Villa el convento, hoy Santuario que lleva su nombre; enfermo terminal pidió que le trasladase a Arenas donde -como refleja un bello cuadro- pidió que le pusieran de rodillas para contemplar la Trinidad y la Virgen María, y, quedando exhorto, murió el 18 de octubre de 1562:



"Y, ¡qué bueno nos le llevó Dios ahora en el bendito fray Pedro de Alcántara! No está ya el mundo para sufrir tanta perfección. Dicen que están las saludes más flacas y que no son los tiempos pasados. Este santo hombre de este tiempo era; estaba grueso el espíritu como en los otros tiempos, y ansí tenía el mundo debajo de los pies. Que, aunque no anden desnudos ni hagan tan áspera penitencia como él, muchas cosas hay -como otras veces he dicho- para repisar el mundo, y el Señor las enseña cuando ve ánimo. Y, ¡cuán grande le dio Su Majestad a este santo que digo, para hacer cuarenta y siete años tan áspera penitencia, como todos saben!


Quiero decir algo de ella, que sé es toda verdad. Díjome a mí y a otra persona, de quien se guardaba poco, y a mí e amor que me tenía era la causa porque quiso el Señor le tuviese para volver por mí y animarme en tiempo de tanta necesidad, como he dicho y diré. Paréceme fueron cuarenta años los que me diijo que había dormido sola hora y media entre noche y día, y que éste era el mayor trabajo de penitencia que había tenido en los principios de vencer el sueño; y para esto estaba siempre o de rodillas o en pie. Lo que dormía era sentado y la cabeza arrimada a un maderillo que tenía hincado en la pared. Echado, aunque quisiera, no podía, porque su celda -como se sabe- no era más larga de cuatro pies y medio.


Su pobreza era extrema...y tan extrema su flaqueza, que no parecía sino hecho de raíces de árboles.


Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras, si no era con preguntarle; en éstas era muy sabroso, porque tenía muy lindo entendimiento.


....Hela aquí acabada esta aspereza de vida con tanta gloria; paréceme que mucho más me consuela que cuando acá estaba. Díjome una vez el Señor que no le pedirían cosa en su nombre que no la oyese. Muchas que le he encomendado pida al Señor las he visto cumplidas. Sea bendito por siempre. Amen! "

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