miércoles, 25 de diciembre de 2013

HURACÁN FRANCISCO (II), por Irene Hdez. Velasco, en el Mundo Digital

Porque en los nueve meses que lleva como Pontífice, Bergoglio ha dado el pistoletazo de salida a una batería de cambios, reformas concretas y tangibles que van mucho más allá de los «gestos» (cargados también de contenido) que sus detractores ultraconservadores se empeñan en minimizar calificándolos de meros golpes de efecto. El más importante cambio que está introduciendo Francisco es su concepción misma del papado: este Pontífice, que se empeña en seguir presentándose a si mismo como simple obispo de Roma, quiere una Iglesia más democrática, que en lugar de estar dirigida por una especie de monarca absoluto cuente para su gobierno con los obispos de todo el mundo. El primer paso en ese sentido ha sido crear el llamado G-8, una comisión formada por ocho cardenales de los cinco continentes para ayudar al Papa en la necesaria reforma de la Curia romana que se propone llevar cabo. La reforma de la Curia sin duda llevará tiempo. El cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, coordinador del G-8, ya ha dicho que hay que tener paciencia. Pero la creación de una comisión de cardenales para que le eche una mano a Francisco en esa difícil misión ya es reveladora. Además, en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (La alegría de la Evangelio), el primer gran documento que lleva la firma de Francisco y donde el Papa argentino plasma su programa de Gobierno, también habla (entre otras muchas cosas) de la conversión del papado, de la descentralización y de una Iglesia en estado de misión permanente.


Pero tal vez los esfuerzos más importantes del Papa desde que ocupó la silla de Pedro han estado encaminados a tratar de llevar limpieza y transparencia a las polémicas finanzas vaticanas. En concreto al Instituto para las Obras de Religión (IOR), más conocido como el Banco Vaticano, desde hace tiempo bajo la sospecha de ser utilizado en operaciones de lavado de dinero. El Papa todavía se está planteando qué hacer con esta institución. «Sobre el futuro del IOR ya se verá», aseguraba Francisco recientemente en una entrevista a Andrea Tornielli, vaticanista de La Stampa. Mientras tanto ha puesto en marcha una comisión que está revisando todas las finanzas del Vaticano, a la que se suma una segunda comisión para aumentar los controles y evitar casos de corrupción como los que el Vatileaks, la filtración masiva de documentos reservados de la Santa Sede, sacó a la luz. Además, y siempre en nombre de la transparencia, Francisco ha encargado al grupo estadounidense Promontory y a Ernest Young que lleven a cabo una auditoría de las cuentas del Banco Vaticano. También ha pedido un informe de la Administración del Patrimonio de la Santa Sede y del Gobernatorio vaticano (el organismo encargado de la gestión financiera de la Santa Sede ). Por su parte, Moneyval, el organismo del Consejo de Europa que vigila si las medidas de un Estado contra el lavado de capitales y la financiación del terrorismo se ajustan a los criterios exigidos, ha sentenciado que el Vaticano está dando pasos adelante en el terreno de la transparencia y la lucha contra el blanqueo de dinero negro. Y si los casos de corrupción sacudieron el pontificado de Benedicto XVI, también lo hizo el escándalo de los abusos sexuales a menores a manos de sacerdotes. Aunque ya Ratzinger puso en marcha una política de «tolerancia cero», Francisco ha continuado su labor y ha decidido crear una comisión para proteger a los menores de posibles casos de pederastia y para ayudar a los que la han padecido. Fue precisamente el G-8 vaticano el que aconsejó al Papa la creación de dicho organismo, cuyas competencias concretas Francisco dará a conocer en breve mediante un documento específico.

"La primera reforma debe ser la de las actitudes. Los ministros del Evangelio deben dialogar"

Pero hay más. A finales de agosto el primer Pontífice jesuita nombró como nuevo secretario de Estado (el cargo más importante en el organigrama vaticano después del Papa) al italiano Pietro Parolin, ex nuncio en Venezuela y diplomático de gran prestigio, con quien se entiende muy bien porque ambos tienen un estilo parecido: ambos son sencillos, volcados en la misión pastoral y ajenos a las luchas de poder. Una elección que resulta especialmente importante a la vista de la gran misión que Francisco se propone llevar a cabo, y que consiste en una vuelta al mensaje esencial y primigenio del Evangelio. «Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes. Los ministros del Evangelio deben ser capaces de encender el corazón de las personas, caminar con ellas en la noche, de saber dialogar e incluso descender en su noche y su oscuridad sin perderse», aseguró Francisco en su larga entrevista a la revista de los jesuitas La Civiltà Cattolica. También en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium el Papa Francisco hace un llamamiento para recuperar el mensaje esencial del cristianismo, «la frescura original del Evangelio». Y eso, para Francisco, pasa indefectiblemente por volver a ser una Iglesia volcada en su vocación misionera, que no se «obsesione» con la doctrina moral y que se concentre en salir al encuentro de los pobres, los enfermos y los más desafortunados.

 

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