domingo, 29 de noviembre de 2009

DOMINGO I DE ADVIENTO: Lecturas



A continuación cuelgo la página web donde se pueden bajar las Lecturas de este I Domingo de Adviento y a continuación transcribo la homilía de Benedicto XVI en este primer Domingo del Nuevo Año Litúrgico:


"El Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno"
Vísperas del Primer Domingo de Adviento
S.S. Benedicto XVI
Capilla PapalNoviembre 28, 2009http://www.zenit.org/





Queridos hermanos y hermanas: Con esta celebración vespertina entramos en el tiempo litúrgico de Adviento. En la lectura bíblica que acabamos de escuchar, tomada de la Primera Carta a los Tesalonicenses, el apóstol Pablo nos invita a preparar la «Venida de nuestro Señor Jesucristo» (5,23), conservándonos irreprochables, con la gracia de Dios.

Pablo utiliza la palabra ‘venida’ - en latín ‘adventus’ – de la que proviene ‘Adviento’.Reflexionemos brevemente sobre el significado de esta palabra que puede traducirse con ‘presencia’, ‘llegada’, ‘venida. En el lenguaje del mundo antiguo era un término técnico empleado para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía indicar también la venida de la divinidad, que sale de su escondimiento para manifestarse con potencia, o que se celebra presente en el culto. Los cristianos adoptaron la palabra ‘adviento’ para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, entrado a esta pobre ‘provincia’, denominada tierra para visitar a todos; en la fiesta de su adviento hace que participen cuantos creen en Él, cuantos creen en su presencia en la asamblea litúrgica. Con la palabra adventus se quería decir sustancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no lo podamos ver y tocar, como sucede con las realidades sensibles, Él está aquí y viene a visitarnos de múltiples formas.

El significado de la expresión ‘adviento’ comprende, por lo tanto, también el de ‘visitatio’, que quiere decir simple y propiamente ‘visita’. En este caso, se trata de una visita de Dios: Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí. Todos experimentamos, en la existencia cotidiana, tener poco tiempo para el Señor y poco tiempo también para nosotros. Se acaba siendo absorbidos por el ‘quehacer’. ¿Acaso no es verdad que, a menudo, es precisamente la actividad la que nos posee, la sociedad con sus múltiples intereses la que monopoliza nuestra atención? ¿Acaso no es verdad que se dedica mucho tiempo a la diversión y a varios tipos de distracciones? A veces las cosas nos “atropellan”. El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos comenzando, nos invita a detenernos en silencio para percibir una presencia. Es una invitación a comprender que cada una de las vivencias del día son señales que Dios nos dirige, signos de la atención que tiene para con cada uno de nosotros ¡Cuán a menudo Dios nos hace percibir algo de su amor! Mantener, por decir así, un “diario interior” de este amor sería una tarea bella y saludable para nuestra vida! El Adviento nos invita e impulsa a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia ¿no debería ayudarnos a ver el mundo con ojos distintos? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como “visita”, como un modo en el que Él puede venir a nosotros y acercarse a nosotros, en toda situación?

Otro elemento fundamental del Adviento es la espera, espera que es, al mismo tiempo esperanza. El Adviento nos impulsa a comprender el sentido del tiempo y de la historia como “kairós”, como ocasión favorable para nuestra salvación. Jesús ha explicado esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en la narración de los siervos invitados a esperar el regreso del amo; en la parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en las de la siembra y de la cosecha. El hombre, en su vida, está en espera constante: cuando es niño quiere crecer; siendo adulto tiende a la realización y al éxito y, avanzando en la edad, anhela el merecido descanso. Pero llega el tiempo en el que descubre que ha esperado demasiado poco si, más allá de su profesión o de su posición social, no le queda nada más por esperar. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente en el transcurso de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el Reino de Dios, Reino de justicia y de paz.Pero hay formas muy distintas de esperar. Si el tiempo no se llena con un presente que tenga sentido, la espera corre el riesgo de volverse insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada - es decir si el presente se queda vacío – cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grave, porque el futuro queda totalmente en la incertidumbre. Sin embargo, cuando el tiempo está dotado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y válido, entonces la alegría de la espera hace que el presente sea más precioso. Queridos hermanos y hermanas, vivamos intensamente el presente donde ya nos llegan los dones del Señor, vivámoslo proyectados hacia el futuro, un futuro cargado de esperanza. El Adviento cristiano se vuelve, de este modo, ocasión para volver a despertar en nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado durante largos siglos y nacido en la pobreza de Belén. Viniendo entre nosotros, nos ha brindado y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de múltiples modos: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en las vivencias de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia aspecto, según esté Él detrás de ella, o si queda ensombrecida por la niebla de un origen incierto o de un futuro incierto futuro. Por parte nuestra, también nosotros podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos afligen, nuestra impaciencia, las preguntas que brotan de nuestro corazón ¡Estemos seguros de que nos escucha siempre! Y si Jesús está presente, ya no existe ningún tiempo sin sentido y vacío. Si Él está presente, podemos seguir esperando, aún cuando los demás ya no pueden asegurarnos ningún apoyo, aún cuando el presente se vuelve fatigoso.

Queridos amigos, el Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, en especial, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede cancelar.Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos alienta a caminar confiados. Modelo y sostén de este íntimo gozo es la Virgen María, por medio de la cual nos ha sido donado el Niño Jesús. Que Ella, fiel discípula de su Hijo, nos obtenga la gracia de vivir este tiempo litúrgico vigilantes y activos en la espera ¡Amén!

domingo, 22 de noviembre de 2009

FIN DEL AÑO LITÚRGICO: CRISTO REY




Primera Lectura:Daniel 7, 13-14
Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.
Salmo Responsorial: 92
R. El Señor reina, vestido de majestad.
1. El Señor reina, vestido de majestad, el Señor, vestido y ceñido de poder.
2. Así está firme el orbe y no vacila. Tu trono está firme desde siempre, y tú eres eterno.
3. Tus mandatos son fieles y seguros; la santidad es el adorno de tu casa, Señor, por días sin término.
Segunda Lectura:Apocalipsis 1, 5-8
Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Mirad: Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén. Dice el Señor Dios: “Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.”
Evangelio:Juan 18, 33b-37
En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?” Pilato replicó: “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?” Jesús le contestó:
“Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.” Pilato le dijo: “Conque, ¿tú eres rey?” Jesús le contestó: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.”

miércoles, 18 de noviembre de 2009

LA CRUZ: Por Mons. Cañizares (en La Razón digital:18-11-2009)


Siguen vivas las preguntas de Jesús de Nazaret a sus discípulos en Caná de Galilea: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Y, vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Ante tantas respuestas del mundo, algunas incluso muy contrarias a Él, los discípulos de hoy, como los primeros, seguimos con la misma respuesta que es la que refleja la celebración del próximo domingo «Jesucristo, Rey del Universo», Señor de todo lo creado. Como en tiempos antiguos y en tiempos no lejanos, cuando ideales o, mejor, ideologías sin amor por el hombre se imponían o tratan de imponerse, fascinaban o intentan fascinar a nivel de Absoluto, la Iglesia reconoce y proclama que Jesús es el único Señor que ama a los hombres sin límites y los enseña a amar, como leemos en el capítulo 25 de San Mateo: «Tuve hambre y me diste de comer. . .». Al reconocer a Jesucristo, «Rey y Señor», como los antiguos cristianos, aspiramos a un mundo más humano gracias a su divina y universal presencia, que es amor y misericordia. Jesucristo muestra su realeza, y hace presente en medio de nosotros su Reino –Reino de la verdad y de la gracia, de la paz y de la justicia, del amor, de Dios, que es Amor–, rebajándose, despojándose de su rango, tomando la condición de esclavo, haciéndose pequeño, obedeciendo y ofreciéndose al Padre por nosotros, hasta la muerte y una muerte de Cruz. Jesucristo reina desde el madero de la Cruz, dando su vida, sirviendo, amando a los hombres hasta el extremo. Ahí, en la Cruz –por algunos tribunales de este mundo «prohibida»–, está toda la Verdad, de la que Cristo es fiel testigo: la verdad de cómo Dios es y ama sin límite a los hombres; y la verdad del hombre. Triturado y escarnecido, pero tan engrandecido y exaltado que de esta manera. Como se da en la Cruz, es amado por Dios. El Reino de Dios es Cristo. Vemos el Reino de Dios en el rostro de Cristo, en su persona. Y reconocemos en Él, de manera clara y sin complejos, el amor sin límites de Dios, y que es Dios. Por los hombres. Ahí tenemos a Dios, Dios único y universal: Señor crucificado, identificado con los que sufren, no espectador de las humillaciones, escarnios, injusticias y pobrezas, sino sufriéndolas todas ellas en su propia carne, que es también la nuestra. La Cruz, trono de Cristo, es la señal clara de un amor que lo transforma y vivifica todo, que da sentido a todo. Cristo en la Cruz, Cristo Rey, es Dios Amor, el Sí definitivo e irrevocable de Dios al hombre. Es núcleo y motor de la experiencia y de la vida cristiana, testimonio de la verdad de Dios y del hombre, llamada a dejarse transformar por Dios, haciendo del amor, del perdón, de la misericordia, de la compasión y de la reconciliación, en definitiva de la caridad verdadera, la señal de identidad y el móvil de la existencia cristiana en todo. Celebraremos el domingo la fiesta de Cristo Rey. En unas circunstancias concretas y nada fáciles en España y en el mundo. Que el Señor reine y establezca su reinado de paz y de justicia, de caridad sincera, que es «cielo» ya en la tierra; que sea este día para los cristianos confesión viva de fe y que el Señor y Rey de la historia y de todo lo creado haga de ellos signo viviente de la presencia de su Reino, colaboradores valientes en la instauración de todas las cosas en Él y en la implantación de su reinado social, al que nadie debería temer: se propone a todos, y a nadie se impone como verdad que hace libres, como esperanza que abre al gran futuro al que estamos llamados, como caridad sin límites que renueva todo, como morada de Dios con nosotros, como vida plena y sin fin.

viernes, 13 de noviembre de 2009

SITUACIÓN ECONÓMICA: TERCER TRIMESTRE 2009







La oficina de estadística de la Unión Europea, EUROSTAT, da las cifras relativas al estado de la economía europea al final del tercer trimestre. En Europa se empieza a salir de la recesión, aquí, hemos aflojado alguna décima, pero seguimos cayendo. Para ser objetivo, lo mejor es entrar en la página web de la oficina europa:
http://epp.eurostat.ec.europa.eu/cache/ITY_PUBLIC/2-13112009-AP/EN/2-13112009-AP-EN.PDF



EDITORIAL DE EL PAÍS
Lejos de Europa
España sigue en recesión, lastrada por el colapso inmobiliario, mientras la eurozona vuelve a crecer
14/11/2009




Mal que le pese al Gobierno español, las trayectorias de salida de la recesión de España y Europa son divergentes. Es un hecho confirmado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) y Eurostat en el tercer trimestre de este año. En ese periodo, el crecimiento intertrimestral en la zona euro fue positivo (0,4%) por primera vez después de cinco trimestres. Alemania confirmó que ha encontrado una senda de crecimiento sostenido (0,7%), igual que Francia (0,3%) e incluso Italia (0,6%). En cambio, la economía española se encuentra todavía en plena fase recesiva. Por sexto trimestre consecutivo, la variación intertrimestral fue negativa (-0,3%) y en tasa interanual fue del -4,0%. Europa ya no está en recesión, mientras que España tendrá que sufrir todavía al menos dos trimestres críticos antes de contabilizar tasas intertrimestrales positivas. El Gobierno ya no tiene fundamento para defender que la economía española se recuperará al mismo tiempo que Europa.

(......)

La recuperación adelantada de Europa respecto a España tendrá dos consecuencias: la primera, que contribuirá a aumentar la demanda, a través de las exportaciones y la mejora competitiva que supone la transitoria desinflación española. Éste es el factor en el que confía el Gobierno para apuntar cualquier indicio de reactivación en 2010. Pero, por el contrario, favorecerá en segundo lugar la retirada de los estímulos monetarios del Banco Central Europeo (BCE). Si esa retirada se produce antes de que cajas y bancos hayan terminado sus ajustes, el efecto sobre la actividad económica será devastador.
No hay muchos argumentos para el optimismo. El equipo económico se ha agarrado al clavo ardiendo de que las estadísticas del último trimestre han sido mejores que los avances publicados por el Banco de España. Estas mejoras relativas, en cualquier caso de matiz, le han parecido suficientes a la vicepresidenta Elena Salgado para amagar con un nuevo retorno al optimismo. "El cuadro macroeconómico del Ejecutivo se va cumpliendo y se pueden esperar mejores resultados en próximos trimestres", aseguró el jueves. Aunque se pronuncie en términos tan discretos, su optimismo no es contagioso. Es natural que la caída de la actividad, como tendencia, sea menos pronunciada. Pero medir la salida de la recesión sólo por el indicador de crecimiento desenfoca la percepción del principal problema de la crisis española hoy, que es la destrucción de empleo y, en consecuencia, la expectativa de que el paro se mantenga en tasas muy altas durante los próximos cinco trimestres.
Lo que diferencia la recesión española de las del resto de Europa es el hundimiento del empleo. Las interpretaciones complacientes de la última EPA están equivocadas porque la contención del paro sólo se consigue a costa del descenso de la población activa -el efecto desánimo- y la destrucción de empleo ya empieza a afectar a la contratación fija. El Gobierno debería asimilar rápidamente dos certezas. Una, que la persistencia de la recesión nos deja como los enfermos de Europa. Dos, que urge introducir mejoras en la contratación para taponar la hemorragia del empleo. No es momento de sugerencias ni de globos sonda.

lunes, 9 de noviembre de 2009


























En la capilla Sixtina, el templo de la belleza, trescientos artistas de todo el mundo meditarán (año 2009) con Benedicto XVI la extraordinaria «Carta a los artistas» escrita por Juan Pablo II el día de la Pascua de 1999. Cuelgo a continuación dicha Carta -recogida de VIS, Vatican Information Service-, verdadera Tesis teológica sobre la creación

Román Encabo





CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS ARTISTAS
A los que con apasionada entrega buscan nuevas « epifanías » de la belleza para ofrecerlas al mundo a través de la creación artística.
« Dios vio cuanto había hecho, y todo estaba muy bien » (Gn 1, 31)



El artista, imagen de Dios Creador
1. Nadie mejor que vosotros, artistas, geniales constructores de belleza, puede intuir algo del pathos con el que Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos. Un eco de aquel sentimiento se ha reflejado infinitas veces en la mirada con que vosotros, al igual que los artistas de todos los tiempos, atraídos por el asombro del ancestral poder de los sonidos y de las palabras, de los colores y de las formas, habéis admirado la obra de vuestra inspiración, descubriendo en ella como la resonancia de aquel misterio de la creación a la que Dios, único creador de todas las cosas, ha querido en cierto modo asociaros.
Por esto me ha parecido que no hay palabras más apropiadas que las del Génesis para comenzar esta Carta dirigida a vosotros, a quienes me siento unido por experiencias que se remontan muy atrás en el tiempo y han marcado de modo indeleble mi vida. Con este texto quiero situarme en el camino del fecundo diálogo de la Iglesia con los artistas que en dos mil años de historia no se ha interrumpido nunca, y que se presenta también rico de perspectivas de futuro en el umbral del tercer milenio.
En realidad, se trata de un diálogo no solamente motivado por circunstancias históricas o por razones funcionales, sino basado en la esencia misma tanto de la experiencia religiosa como de la creación artística. La página inicial de la Biblia nos presenta a Dios casi como el modelo ejemplar de cada persona que produce una obra: en el hombre artífice se refleja su imagen de Creador. Esta relación se pone en evidencia en la lengua polaca, gracias al parecido en el léxico entre las palabras stwórca (creador) y twórca (artífice).
¿Cuál es la diferencia entre « creador » y « artífice »? El que crea da el ser mismo, saca alguna cosa de la nada —ex nihilo sui et subiecti, se dice en latín— y esto, en sentido estricto, es el modo de proceder exclusivo del Omnipotente. El artífice, por el contrario, utiliza algo ya existente, dándole forma y significado. Este modo de actuar es propio del hombre en cuanto imagen de Dios. En efecto, después de haber dicho que Dios creó el hombre y la mujer « a imagen suya » (cf. Gn 1, 27), la Biblia añade que les confió la tarea de dominar la tierra (cf. Gn 1, 28). Fue en el último día de la creación (cf. Gn 1, 28-31). En los días precedentes, como marcando el ritmo de la evolución cósmica, el Señor había creado el universo. Al final creó al hombre, el fruto más noble de su proyecto, al cual sometió el mundo visible como un inmenso campo donde expresar su capacidad creadora.
Así pues, Dios ha llamado al hombre a la existencia, transmitiéndole la tarea de ser artífice. En la «creación artística» el hombre se revela más que nunca «imagen de Dios» y lleva a cabo esta tarea ante todo plasmando la estupenda « materia » de la propia humanidad y, después, ejerciendo un dominio creativo sobre el universo que le rodea. El Artista divino, con admirable condescendencia, trasmite al artista humano un destello de su sabiduría trascendente, llamándolo a compartir su potencia creadora. Obviamente, es una participación que deja intacta la distancia infinita entre el Creador y la criatura, como señalaba el Cardenal Nicolás de Cusa: «El arte creador, que el alma tiene la suerte de alojar, no se identifica con aquel arte por esencia que es Dios, sino que es solamente una comunicación y una participación del mismo»[1].
Por esto el artista, cuanto más consciente es de su «don», tanto más se siente movido a mirar hacia sí mismo y hacia toda la creación con ojos capaces de contemplar y de agradecer, elevando a Dios su himno de alabanza. Sólo así puede comprenderse a fondo a sí mismo, su propia vocación y misión.
La especial vocación del artista
2. No todos están llamados a ser artistas en el sentido específico de la palabra. Sin embargo, según la expresión del Génesis, a cada hombre se le confía la tarea de ser artífice de la propia vida; en cierto modo, debe hacer de ella una obra de arte, una obra maestra.
Es importante entender la distinción, pero también la conexión, entre estas dos facetas de la actividad humana. La distinción es evidente. En efecto, una cosa es la disposición por la cual el ser humano es autor de sus propios actos y responsable de su valor moral, y otra la disposición por la cual es artista y sabe actuar según las exigencias del arte, acogiendo con fidelidad sus dictámenes específicos[2]. Por eso el artista es capaz de producir objetos, pero esto, de por sí, nada dice aún de sus disposiciones morales. En efecto, en este caso, no se trata de realizarse uno mismo, de formar la propia personalidad, sino solamente de poner en acto las capacidades operativas, dando forma estética a las ideas concebidas en la mente.
Pero si la distinción es fundamental, no lo es menos la conexión entre estas dos disposiciones, la moral y la artística. Éstas se condicionan profundamente de modo recíproco. En efecto, al modelar una obra el artista se expresa a sí mismo hasta el punto de que su producción es un reflejo singular de su mismo ser, de lo que él es y de cómo es. Esto se confirma en la historia de la humanidad, pues el artista, cuando realiza una obra maestra, no sólo da vida a su obra, sino que por medio de ella, en cierto modo, descubre también su propia personalidad. En el arte encuentra una dimensión nueva y un canal extraordinario de expresión para su crecimiento espiritual. Por medio de las obras realizadas, el artista habla y se comunica con los otros. La historia del arte, por ello, no es sólo historia de las obras, sino también de los hombres. Las obras de arte hablan de sus autores, introducen en el conocimiento de su intimidad y revelan la original contribución que ofrecen a la historia de la cultura.
La vocación artística al servicio de la belleza
3. Escribe un conocido poeta polaco, Cyprian Norwid: «La belleza sirve para entusiasmar en el trabajo, el trabajo para resurgir»[3].
El tema de la belleza es propio de una reflexión sobre el arte. Ya se ha visto cuando he recordado la mirada complacida de Dios ante la creación. Al notar que lo que había creado era bueno, Dios vio también que era bello[4]. La relación entre bueno y bello suscita sugestivas reflexiones. La belleza es en un cierto sentido la expresión visible del bien, así como el bien es la condición metafísica de la belleza. Lo habían comprendido acertadamente los griegos que, uniendo los dos conceptos, acuñaron una palabra que comprende a ambos: «kalokagathia», es decir «belleza-bondad». A este respecto escribe Platón: «La potencia del Bien se ha refugiado en la naturaleza de lo Bello»[5].
El modo en que el hombre establece la propia relación con el ser, con la verdad y con el bien, es viviendo y trabajando. El artista vive una relación peculiar con la belleza. En un sentido muy real puede decirse que la belleza es la vocación a la que el Creador le llama con el don del « talento artístico ». Y, ciertamente, también éste es un talento que hay que desarrollar según la lógica de la parábola evangélica de los talentos (cf. Mt 25, 14-30).
Entramos aquí en un punto esencial. Quien percibe en sí mismo esta especie de destello divino que es la vocación artística —de poeta, escritor, pintor, escultor, arquitecto, músico, actor, etc.— advierte al mismo tiempo la obligación de no malgastar ese talento, sino de desarrollarlo para ponerlo al servicio del prójimo y de toda la humanidad.
El artista y el bien común
4. La sociedad, en efecto, tiene necesidad de artistas, del mismo modo que tiene necesidad de científicos, técnicos, trabajadores, profesionales, así como de testigos de la fe, maestros, padres y madres, que garanticen el crecimiento de la persona y el desarrollo de la comunidad por medio de ese arte eminente que es el «arte de educar». En el amplio panorama cultural de cada nación, los artistas tienen su propio lugar. Precisamente porque obedecen a su inspiración en la realización de obras verdaderamente válidas y bellas, non sólo enriquecen el patrimonio cultural de cada nación y de toda la humanidad, sino que prestan un servicio social cualificado en beneficio del bien común.
La diferente vocación de cada artista, a la vez que determina el ámbito de su servicio, indica las tareas que debe asumir, el duro trabajo al que debe someterse y la responsabilidad que debe afrontar. Un artista consciente de todo ello sabe también que ha de trabajar sin dejarse llevar por la búsqueda de la gloria banal o la avidez de una fácil popularidad, y menos aún por la ambición de posibles ganancias personales. Existe, pues, una ética, o más bien una « espiritualidad » del servicio artístico que de un modo propio contribuye a la vida y al renacimiento de un pueblo. Precisamente a esto parece querer aludir Cyprian Norwid cuando afirma: «La belleza sirve para entusiasmar en el trabajo, el trabajo para resurgir».
El arte ante el misterio del Verbo encarnado
5. La ley del Antiguo Testamento presenta una prohibición explícita de representar a Dios invisible e inexpresable con la ayuda de una «imagen esculpida o de metal fundido» (Dt 27, 25), porque Dios transciende toda representación material: «Yo soy el que soy» (Ex 3, 14). Sin embargo, en el misterio de la Encarnación el Hijo de Dios en persona se ha hecho visible: «Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer» (Ga 4, 4). Dios se hizo hombre en Jesucristo, el cual ha pasado a ser así «el punto de referencia para comprender el enigma de la existencia humana, del mundo creado y de Dios mismo»[6].
Esta manifestación fundamental del «Dios-Misterio» aparece como animación y desafío para los cristianos, incluso en el plano de la creación artística. De ello se deriva un desarrollo de la belleza que ha encontrado su savia precisamente en el misterio de la Encarnación. En efecto, el Hijo de Dios, al hacerse hombre, ha introducido en la historia de la humanidad toda la riqueza evangélica de la verdad y del bien, y con ella ha manifestado también una nueva dimensión de la belleza, de la cual el mensaje evangélico está repleto.
La Sagrada Escritura se ha convertido así en una especie de «inmenso vocabulario» (P. Claudel) y de «Atlas iconográfico» (M. Chagall) del que se han nutrido la cultura y el arte cristianos. El mismo Antiguo Testamento, interpretado a la luz del Nuevo, ha dado lugar a inagotables filones de inspiración. A partir de las narraciones de la creación, del pecado, del diluvio, del ciclo de los Patriarcas, de los acontecimientos del éxodo, hasta tantos otros episodios y personajes de la historia de la salvación, el texto bíblico ha inspirado la imaginación de pintores, poetas, músicos, autores de teatro y de cine. Una figura como la de Job, por citar sólo un ejemplo, con su desgarradora y siempre actual problemática del dolor, continúa suscitando el interés filosófico, literario y artístico. Y ¿qué decir del Nuevo Testamento? Desde la Navidad al Gólgota, desde la Transfiguración a la Resurrección, desde los milagros a las enseñanzas de Cristo, llegando hasta los acontecimientos narrados en los Hechos de los Apóstoles o los descritos por el Apocalipsis en clave escatológica, la palabra bíblica se ha hecho innumerables veces imagen, música o poesía, evocando con el lenguaje del arte el misterio del «Verbo hecho carne».
Todo ello constituye un vasto capítulo de fe y belleza en la historia de la cultura, del que se han beneficiado especialmente los creyentes en su experiencia de oración y de vida. Para muchos de ellos, en épocas de escasa alfabetización, las expresiones figurativas de la Biblia representaron incluso una concreta mediación catequética[7]. Pero para todos, creyentes o no, las obras inspiradas en la Escritura son un reflejo del misterio insondable que rodea y está presente en el mundo.
Alianza fecunda entre Evangelio y arte
6. La auténtica intuición artística va más allá de lo que perciben los sentidos y, penetrando la realidad, intenta interpretar su misterio escondido. Dicha intuición brota de lo más íntimo del alma humana, allí donde la aspiración a dar sentido a la propia vida se ve acompañada por la percepción fugaz de la belleza y de la unidad misteriosa de las cosas. Todos los artistas tienen en común la experiencia de la distancia insondable que existe entre la obra de sus manos, por lograda que sea, y la perfección fulgurante de la belleza percibida en el fervor del momento creativo: lo que logran expresar en lo que pintan, esculpen o crean es sólo un tenue reflejo del esplendor que durante unos instantes ha brillado ante los ojos de su espíritu.
El creyente no se maravilla de esto: sabe que por un momento se ha asomado al abismo de luz que tiene su fuente originaria en Dios. ¿Acaso debe sorprenderse de que el espíritu quede como abrumado hasta el punto de no poder expresarse sino con balbuceos? El verdadero artista está dispuesto a reconocer su limitación y hacer suyas las palabras del apóstol Pablo, según el cual «Dios no habita en santuarios fabricados por manos humanas», de modo que «no debemos pensar que la divinidad sea algo semejante al oro, la plata o la piedra, modelados por el arte y el ingenio humano» (Hch 17, 24.29). Si ya la realidad íntima de las cosas está siempre «más allá» de las capacidades de penetración humana, ¡cuánto más Dios en la profundidad de su insondable misterio!
El conocimiento de la fe es de otra naturaleza. Supone un encuentro personal con Dios en Jesucristo. Este conocimiento, sin embargo, puede también enriquecerse a través de la intuición artística. Un modelo elocuente de contemplación estética que se sublima en la fe son, por ejemplo, las obras del Beato Angélico. A este respecto, es muy significativa la lauda extática que San Francisco de Asís repite dos veces en la chartula compuesta después de haber recibido en el monte Verna los estigmas de Cristo: «¡Tú eres belleza... Tú eres belleza!»[8]. San Buenaventura comenta: «Contemplaba en las cosas bellas al Bellísimo y, siguiendo las huellas impresas en las criaturas, seguía a todas partes al Amado»[9].
Una sensibilidad semejante se encuentra en la espiritualidad oriental, donde Cristo es calificado como «el Bellísimo, de belleza superior a todos los mortales»[10]. Macario el Grande comenta del siguiente modo la belleza transfigurante y liberadora del Resucitado: «El alma que ha sido plenamente iluminada por la belleza indecible de la gloria luminosa del rostro de Cristo, está llena del Espíritu Santo... es toda ojo, toda luz, toda rostro»[11].
Toda forma auténtica de arte es, a su modo, una vía de acceso a la realidad más profunda del hombre y del mundo. Por ello, constituye un acercamiento muy válido al horizonte de la fe, donde la vicisitud humana encuentra su interpretación completa. Este es el motivo por el que la plenitud evangélica de la verdad suscitó desde el principio el interés de los artistas, particularmente sensibles a todas las manifestaciones de la íntima belleza de la realidad.
Los principios
7. El arte que el cristianismo encontró en sus comienzos era el fruto maduro del mundo clásico, manifestaba sus cánones estéticos y, al mismo tiempo, transmitía sus valores. La fe imponía a los cristianos, tanto en el campo de la vida y del pensamiento como en el del arte, un discernimiento que no permitía una recepción automática de este patrimonio. Así, el arte de inspiración cristiana comenzó de forma silenciosa, estrechamente vinculado a la necesidad de los creyentes de buscar signos con los que expresar, basándose en la Escritura, los misterios de la fe y de disponer al mismo tiempo de un « código simbólico », gracias al cual poder reconocerse e identificarse, especialmente en los tiempos difíciles de persecución. ¿Quién no recuerda aquellos símbolos que fueron también los primeros inicios de un arte pictórico o plástico? El pez, los panes o el pastor evocaban el misterio, llegando a ser, casi insensiblemente, los esbozos de un nuevo arte.
Cuando, con el edicto de Constantino, se permitió a los cristianos expresarse con plena libertad, el arte se convirtió en un cauce privilegiado de manifestación de la fe. Comenzaron a aparecer majestuosas basílicas, en las que se asumían los cánones arquitectónicos del antiguo paganismo, plegándolos a su vez a las exigencias del nuevo culto. ¿Cómo no recordar, al menos, las antiguas Basílicas de San Pedro y de San Juan de Letrán, construidas por cuenta del mismo Constantino, o ese esplendor del arte bizantino, la Haghia Sophia de Constantinopla, querida por Justiniano?
Mientras la arquitectura diseñaba el espacio sagrado, la necesidad de contemplar el misterio y de proponerlo de forma inmediata a los sencillos suscitó progresivamente las primeras manifestaciones de la pintura y la escultura. Surgían al mismo tiempo los rudimentos de un arte de la palabra y del sonido. Y, mientras Agustín incluía entre los numerosos temas de su producción un De musica, Hilario, Ambrosio, Prudencio, Efrén el Sirio, Gregorio Nacianceno y Paulino de Nola, por citar sólo algunos nombres, se hacían promotores de una poesía cristiana, que con frecuencia alcanzaba un alto valor no sólo teológico, sino también literario. Su programa poético valoraba las formas heredadas de los clásicos, pero se inspiraba en la savia pura del Evangelio, como sentenciaba con acierto el santo poeta de Nola: «Nuestro único arte es la fe y Cristo nuestro canto»[12]. Por su parte, Gregorio Magno, con la compilación del Antiphonarium, ponía poco después las bases para el desarrollo orgánico de una música sagrada tan original que de él ha tomado su nombre. Con sus inspiradas modulaciones el Canto gregoriano se convertirá con los siglos en la expresión melódica característica de la fe de la Iglesia en la celebración litúrgica de los sagrados misterios. Lo « bello » se conjugaba así con lo «verdadero», para que también a través de las vías del arte los ánimos fueran llevados de lo sensible a lo eterno.
En este itinerario no faltaron momentos difíciles. Precisamente la antigüedad conoció una áspera controversia sobre la representación del misterio cristiano, que ha pasado a la historia con el nombre de « lucha iconoclasta ». Las imágenes sagradas, muy difundidas en la devoción del pueblo de Dios, fueron objeto de una violenta contestación. El Concilio celebrado en Nicea el año 787, que estableció la licitud de las imágenes y de su culto, fue un acontecimiento histórico no sólo para la fe, sino también para la cultura misma. El argumento decisivo que invocaron los Obispos para dirimir la discusión fue el misterio de la Encarnación: si el Hijo de Dios ha entrado en el mundo de las realidades visibles, tendiendo un puente con su humanidad entre lo visible y lo invisible, de forma análoga se puede pensar que una representación del misterio puede ser usada, en la lógica del signo, como evocación sensible del misterio. El icono no se venera por sí mismo, sino que lleva al sujeto representado[13].
La Edad Media
8. Los siglos posteriores fueron testigos de un gran desarrollo del arte cristiano. En Oriente continuó floreciendo el arte de los iconos, vinculado a significativos cánones teológicos y estéticos y apoyado en la convicción de que, en cierto sentido, el icono es un sacramento. En efecto, de forma análoga a lo que sucede en los sacramentos, hace presente el misterio de la Encarnación en uno u otro de sus aspectos. Precisamente por esto la belleza del icono puede ser admirada sobre todo dentro de un templo con lámparas que arden, produciendo infinitos reflejos de luz en la penumbra. Escribe al respecto Pavel Florenskij: «El oro, bárbaro, pesado y fútil a la luz difusa del día, se reaviva a la luz temblorosa de una lámpara o de una vela, pues resplandece en miríadas de centellas, haciendo presentir otras luces no terrestres que llenan el espacio celeste»[14].
En Occidente los puntos de vista de los que parten los artistas son muy diversos, dependiendo en parte de las convicciones de fondo propias del ambiente cultural de su tiempo. El patrimonio artístico que se ha ido formando a lo largo de los siglos cuenta con innumerables obras sagradas de gran inspiración, que provocan una profunda admiración aún en el observador de hoy. Se aprecia, en primer lugar, en las grandes construcciones para el culto, donde la funcionalidad se conjuga siempre con la fantasía, la cual se deja inspirar por el sentido de la belleza y por la intuición del misterio. De aquí nacen los estilos tan conocidos en la historia del arte. La fuerza y la sencillez del románico, expresada en las catedrales o en los monasterios, se va desarrollando gradualmente en la esbeltez y el esplendor del gótico. En estas formas, no se aprecia únicamente el genio de un artista, sino el alma de un pueblo. En el juego de luces y sombras, en las formas a veces robustas y a veces estilizadas, intervienen consideraciones de técnica estructural, pero también las tensiones características de la experiencia de Dios, misterio « tremendo » y « fascinante ». ¿Cómo sintetizar en pocas palabras, y para las diversas expresiones del arte, el poder creativo de los largos siglos del medioevo cristiano? Una entera cultura, aunque siempre con las limitaciones propias de todo lo humano, se impregnó del Evangelio y, cuando el pensamiento teológico producía la Summa de Santo Tomás, el arte de las iglesias doblegaba la materia a la adoración del misterio, a la vez que un gran poeta como Dante Alighieri podía componer « el poema sacro, en el que han dejado su huella el cielo y la tierra »[15], como él mismo llamaba la Divina Comedia.
Humanismo y Renacimiento
9. El fértil ambiente cultural en el que surge el extraordinario florecimiento artístico del Humanismo y del Renacimiento, tiene repercusiones significativas también en el modo en que los artistas de este período abordan el tema religioso. Naturalmente, al menos en aquéllos más importantes, las inspiraciones son tan variadas como sus estilos. No es mi intención, sin embargo, recordar cosas que vosotros, artistas, sabéis de sobra. Al escribiros desde este Palacio Apostólico, que es también como un tesoro de obras maestras acaso único en el mundo, quisiera más bien hacerme voz de los grandes artistas que prodigaron aquí las riquezas de su ingenio, impregnado con frecuencia de gran hondura espiritual. Desde aquí habla Miguel Ángel, que en la Capilla Sixtina, desde la Creación al Juicio Universal, ha recogido en cierto modo el drama y el misterio del mundo, dando rostro a Dios Padre, a Cristo juez y al hombre en su fatigoso camino desde los orígenes hasta el final de la historia. Desde aquí habla el genio delicado y profundo de Rafael, mostrando en la variedad de sus pinturas, y especialmente en la « Disputa » del Apartamento de la Signatura, el misterio de la revelación del Dios Trinitario, que en la Eucaristía se hace compañía del hombre y proyecta luz sobre las preguntas y las expectativas de la inteligencia humana. Desde aquí, desde la majestuosa Basílica dedicada al Príncipe de los Apóstoles, desde la columnata que arranca de sus puertas como dos brazos abiertos para acoger a la humanidad, siguen hablando aún Bramante, Bernini, Borromini o Maderno, por citar sólo los más grandes, ofreciendo plásticamente el sentido del misterio que hace de la Iglesia una comunidad universal, hospitalaria, madre y compañera de viaje de cada hombre en la búsqueda de Dios.
El arte sagrado ha encontrado en este extraordinario complejo una expresión de excepcional fuerza, alcanzando niveles de imperecedero valor estético y religioso a la vez. Sea bajo el impulso del Humanismo y del Renacimiento, sea por influjo de las sucesivas tendencias de la cultura y de la ciencia, su característica más destacada es el creciente interés por el hombre, el mundo y la realidad de la historia. Este interés, por sí mismo, en modo alguno supone un peligro para la fe cristiana, centrada en el misterio de la Encarnación y, por consiguiente, en la valoración del hombre por parte de Dios. Lo demuestran precisamente los grandes artistas apenas mencionados. Baste pensar en el modo en que Miguel Ángel expresa, en sus pinturas y esculturas, la belleza del cuerpo humano[16].
Por lo demás, en el nuevo ambiente de los últimos siglos, donde parece que parte de la sociedad se ha hecho indiferente a la fe, tampoco el arte religioso ha interrumpido su camino. La constatación se amplía si, de las artes figurativas, pasamos a considerar el gran desarrollo que también en este período de tiempo ha tenido la música sagrada, compuesta para las celebraciones litúrgicas o vinculada al menos a temas religiosos. Además de tantos artistas que se han dedicado preferentemente a ella —¿cómo no recordar a Pier Luigi da Palestrina, a Orlando di Lasso y Tomás Luis de Victoria—, es bien sabido que muchos grandes compositores —desde Händel a Bach, desde Mozart a Schubert, desde Beethoven a Berlioz, desde Liszt a Verdi— nos han dejado asimismo obras de gran inspiración en este campo.
Hacia un diálogo renovado
10. Es cierto, sin embargo, que en la edad moderna, junto a este humanismo cristiano que ha seguido produciendo significativas obras de cultura y arte, se ha ido también afirmando progresivamente una forma de humanismo caracterizado por la ausencia de Dios y con frecuencia por la oposición a Él. Este clima ha llevado a veces a una cierta separación entre el mundo del arte y el de la fe, al menos en el sentido de un menor interés en muchos artistas por los temas religiosos.
Vosotros sabéis que, a pesar de ello, la Iglesia ha seguido alimentando un gran aprecio por el valor del arte como tal. En efecto, el arte, incluso más allá de sus expresiones más típicamente religiosas, cuando es auténtico, tiene una íntima afinidad con el mundo de la fe, de modo que, hasta en las condiciones de mayor desapego de la cultura respecto a la Iglesia, precisamente el arte continúa siendo una especie de puente tendido hacia la experiencia religiosa. En cuanto búsqueda de la belleza, fruto de una imaginación que va más allá de lo cotidiano, es por su naturaleza una especie de llamada al Misterio. Incluso cuando escudriña las profundidades más oscuras del alma o los aspectos más desconcertantes del mal, el artista se hace de algún modo voz de la expectativa universal de redención.
Se comprende así el especial interés de la Iglesia por el diálogo con el arte y su deseo de que en nuestro tiempo se realice una nueva alianza con los artistas, como auspiciaba mi venerado predecesor Pablo VI en su vibrante discurso dirigido a los artistas durante el singular encuentro en la Capilla Sixtina el 7 de mayo de 1964[17]. La Iglesia espera que de esta colaboración surja una renovada « epifanía » de belleza para nuestro tiempo, así como respuestas adecuadas a las exigencias propias de la comunidad cristiana.
En el espíritu del Concilio Vaticano II
11. El Concilio Vaticano II ha puesto las bases de una renovada relación entre la Iglesia y la cultura, que tiene inmediatas repercusiones también en el mundo del arte. Es una relación que se presenta bajo el signo de la amistad, de la apertura y del diálogo. En la Constitución pastoral Gaudium et spes, los Padres conciliares subrayaron la «gran importancia» de la literatura y las artes en la vida del hombre: « También la literatura y el arte tienen gran importancia para la vida de la Iglesia, ya que pretenden estudiar la índole propia del hombre, sus problemas y su experiencia en el esfuerzo por conocerse mejor y perfeccionarse a sí mismo y al mundo; se afanan por descubrir su situación en la historia y en el universo, por iluminar las miserias y los gozos, las necesidades y las capacidades de los hombres, y por diseñar un mejor destino para el hombre »[18].
Sobre esta base, al concluir el Concilio, los Padres dirigieron un saludo y una llamada a los artistas: «Este mundo en que vivimos —decían— tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une a las generaciones y las hace comunicarse en la admiración»[19]. Precisamente en este espíritu de estima profunda por la belleza, la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia había recordado la histórica amistad de la Iglesia con el arte y, hablando más específicamente del arte sacro, « cumbre » del arte religioso, no dudó en considerar « noble ministerio » a la actividad de los artistas cuando sus obras son capaces de reflejar de algún modo la infinita belleza de Dios y de dirigir el pensamiento de los hombres hacia Él[20]. También por su aportación «se manifiesta mejor el conocimiento de Dios» y «la predicación evangélica se hace más transparente a la inteligencia humana»[21]. A la luz de esto, no debe sorprender la afirmación del P. Marie Dominique Chenu, según la cual el historiador de la teología haría un trabajo incompleto si no reservara la debida atención a las realizaciones artísticas, tanto literarias como plásticas, que a su manera no son «solamente ilustraciones estéticas, sino verdaderos “lugares” teológicos»[22].
La Iglesia tiene necesidad del arte
12. Para transmitir el mensaje que Cristo le ha confiado, la Iglesia tiene necesidad del arte. En efecto, debe hacer perceptible, más aún, fascinante en lo posible, el mundo del espíritu, de lo invisible, de Dios. Debe por tanto acuñar en fórmulas significativas lo que en sí mismo es inefable. Ahora bien, el arte posee esa capacidad peculiar de reflejar uno u otro aspecto del mensaje, traduciéndolo en colores, formas o sonidos que ayudan a la intuición de quien contempla o escucha. Todo esto, sin privar al mensaje mismo de su valor trascendente y de su halo de misterio.
La Iglesia necesita, en particular, de aquellos que sepan realizar todo esto en el ámbito literario y figurativo, sirviéndose de las infinitas posibilidades de las imágenes y de sus connotaciones simbólicas. Cristo mismo ha utilizado abundantemente las imágenes en su predicación, en plena coherencia con la decisión de ser Él mismo, en la Encarnación, icono del Dios invisible.
La Iglesia necesita también de los músicos. ¡Cuántas piezas sacras han compuesto a lo largo de los siglos personas profundamente imbuidas del sentido del misterio! Innumerables creyentes han alimentado su fe con las melodías surgidas del corazón de otros creyentes, que han pasado a formar parte de la liturgia o que, al menos, son de gran ayuda para el decoro de su celebración. En el canto, la fe se experimenta como exuberancia de alegría, de amor, de confiada espera en la intervención salvífica de Dios.
La Iglesia tiene necesidad de arquitectos, porque requiere lugares para reunir al pueblo cristiano y celebrar los misterios de la salvación. Tras las terribles destrucciones de la última guerra mundial y la expansión de las metrópolis, muchos arquitectos de la nueva generación se han fraguado teniendo en cuenta las exigencias del culto cristiano, confirmando así la capacidad de inspiración que el tema religioso posee, incluso por lo que se refiere a los criterios arquitectónicos de nuestro tiempo. En efecto, no pocas veces se han construido templos que son, a la vez, lugares de oración y auténticas obras de arte.
El arte, ¿tiene necesidad de la Iglesia?
13. La Iglesia, pues, tiene necesidad del arte. Pero, ¿se puede decir también que el arte necesita a la Iglesia? La pregunta puede parecer provocadora. En realidad, si se entiende de manera apropiada, tiene una motivación legítima y profunda. El artista busca siempre el sentido recóndito de las cosas y su ansia es conseguir expresar el mundo de lo inefable. ¿Cómo ignorar, pues, la gran inspiración que le puede venir de esa especie de patria del alma que es la religión? ¿No es acaso en el ámbito religioso donde se plantean las más importantes preguntas personales y se buscan las respuestas existenciales definitivas?
De hecho, los temas religiosos son de los más tratados por los artistas de todas las épocas. La Iglesia ha recurrido a su capacidad creativa para interpretar el mensaje evangélico y su aplicación concreta en la vida de la comunidad cristiana. Esta colaboración ha dado lugar a un mutuo enriquecimiento espiritual. En definitiva, ha salido beneficiada la comprensión del hombre, de su imagen auténtica, de su verdad. Se ha puesto de relieve también una peculiar relación entre el arte y la revelación cristiana. Esto no quiere decir que el genio humano no haya sido incentivado también por otros contextos religiosos. Baste recordar el arte antiguo, especialmente griego y romano, o el todavía floreciente de las antiquísimas civilizaciones del Oriente. Sin embargo, sigue siendo verdad que el cristianismo, en virtud del dogma central de la Encarnación del Verbo de Dios, ofrece al artista un horizonte particularmente rico de motivos de inspiración. ¡Cómo se empobrecería el arte si se abandonara el filón inagotable del Evangelio!
Llamada a los artistas
14. Con esta Carta me dirijo a vosotros, artistas del mundo entero, para confirmaros mi estima y para contribuir a reanudar una más provechosa cooperación entre el arte y la Iglesia. La mía es una invitación a redescubrir la profundidad de la dimensión espiritual y religiosa que ha caracterizado el arte en todos los tiempos, en sus más nobles formas expresivas. En este sentido os dirijo una llamada a vosotros, artistas de la palabra escrita y oral, del teatro y de la música, de las artes plásticas y de las más modernas tecnologías de la comunicación. Hago una llamada especial a los artistas cristianos. Quiero recordar a cada uno de vosotros que la alianza establecida desde siempre entre el Evangelio y el arte, más allá de las exigencias funcionales, implica la invitación a adentrarse con intuición creativa en el misterio del Dios encarnado y, al mismo tiempo, en el misterio del hombre.
Todo ser humano es, en cierto sentido, un desconocido para sí mismo. Jesucristo no solamente revela a Dios, sino que «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre»[23]. En Cristo, Dios ha reconciliado consigo al mundo. Todos los creyentes están llamados a dar testimonio de ello; pero os toca a vosotros, hombres y mujeres que habéis dedicado vuestra vida al arte, decir con la riqueza de vuestra genialidad que en Cristo el mundo ha sido redimido: redimido el hombre, redimido el cuerpo humano, redimida la creación entera, de la cual san Pablo ha escrito que espera ansiosa «la revelación de los hijos de Dios» (Rm 8, 19). Espera la revelación de los hijos de Dios también mediante el arte y en el arte. Ésta es vuestra misión. En contacto con las obras de arte, la humanidad de todos los tiempos —también la de hoy— espera ser iluminada sobre el propio rumbo y el propio destino.
Espíritu creador e inspiración artística
15. En la Iglesia resuena con frecuencia la invocación al Espíritu Santo: Veni, Creator Spiritus... – « Ven, Espíritu creador, visita las almas de tus fieles y llena de la divina gracia los corazones que Tú mismo creaste »[24].
El Espíritu Santo, «el soplo» (ruah), es Aquél al que se refiere el libro del Génesis: «La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas» (1, 2). Hay una gran afinidad entre las palabras «soplo-espiración» e «inspiración». El Espíritu es el misterioso artista del universo. En la perspectiva del tercer milenio, quisiera que todos los artistas reciban abundantemente el don de las inspiraciones creativas, de las que surge toda auténtica obra de arte.
Queridos artistas, sabéis muy bien que hay muchos estímulos, interiores y exteriores, que pueden inspirar vuestro talento. No obstante, en toda inspiración auténtica hay una cierta vibración de aquel « soplo » con el que el Espíritu creador impregnaba desde el principio la obra de la creación. Presidiendo sobre las misteriosas leyes que gobiernan el universo, el soplo divino del Espíritu creador se encuentra con el genio del hombre, impulsando su capacidad creativa. Lo alcanza con una especie de iluminación interior, que une al mismo tiempo la tendencia al bien y a lo bello, despertando en él las energías de la mente y del corazón, y haciéndolo así apto para concebir la idea y darle forma en la obra de arte. Se habla justamente entonces, si bien de manera análoga, de «momentos de gracia», porque el ser humano es capaz de tener una cierta experiencia del Absoluto que le transciende.
La « Belleza » que salva
16. Ya en los umbrales del tercer milenio, deseo a todos vosotros, queridos artistas, que os lleguen con particular intensidad estas inspiraciones creativas. Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas. Ante la sacralidad de la vida y del ser humano, ante las maravillas del universo, la única actitud apropiada es el asombro.
De esto, desde el asombro, podrá surgir aquel entusiasmo del que habla Norwid en el poema al que me refería al comienzo. Los hombres de hoy y de mañana tienen necesidad de este entusiasmo para afrontar y superar los desafíos cruciales que se avistan en el horizonte. Gracias a él la humanidad, después de cada momento de extravío, podrá ponerse en pie y reanudar su camino. Precisamente en este sentido se ha dicho, con profunda intuición, que «la belleza salvará al mundo»[25].
La belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente. Es una invitación a gustar la vida y a soñar el futuro. Por eso la belleza de las cosas creadas no puede saciar del todo y suscita esa arcana nostalgia de Dios que un enamorado de la belleza como san Agustín ha sabido interpretar de manera inigualable: «¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!»[26].
Os deseo, artistas del mundo, que vuestros múltiples caminos conduzcan a todos hacia aquel océano infinito de belleza, en el que el asombro se convierte en admiración, embriaguez, gozo indecible.
Que el misterio de Cristo resucitado, con cuya contemplación exulta en estos días la Iglesia, os inspire y oriente.
Que os acompañe la Santísima Virgen, la «tota pulchra» que innumerables artistas han plasmado y que el gran Dante contempla en el fulgor del Paraíso como « belleza, que alegraba los ojos de todos los otros santos »[27].
«Surge del caos el mundo del espíritu». Las palabras que Adam Michiewicz escribía en un momento de gran prueba para la patria polaca[28], me sugieren un auspicio para vosotros: que vuestro arte contribuya a la consolidación de una auténtica belleza que, casi como un destello del Espíritu de Dios, transfigure la materia, abriendo las almas al sentido de lo eterno.
Con mis mejores deseos.
Vaticano, 4 de abril de 1999, Pascua de Resurrección.
IOANNES PAULUS PP. II

PARTIDOS POLÍTICOS DEMOCRÁTICOS Y CONSTITUCIONALES


Estamos viviendo una situación social, política y económica crítica, en el pleno sentido de la palabra "crisis". La situación actual es comparable, mutatis mutandis, a lo que sucedió en el período 1975, tras la muerte de Franco, a 1978, con la aprobación de la Constitución. Entonces se venía de un régimen autoritario, que en sus inicios había sido una ferrea dictadura - y se empezaba a vislumbrar un horizonte más plural, germinalmente democrático y que, por fin y por suerte, acabó en una democracia parlamentaria. Fueron muchos los criterios, los valores, los posicionamientos ideológicos, culturales y morales que hubo que revisar y adaptar a la nueva situación. En mi opinión todo acabó felizmente en una democracia de naturaleza parlamentaria y carácter monárquico (monarquía parlamentaria).

Ahora la situación deviene, a mi entender, tan convulsa y preñada de cambio como la anterior. Analizando el hacer y quehacer de algunos partidos políticos, de grupos sociales y económicos, se detecta un deseo de cambio profundo del sistema que nos rige. No hace falta ser un lince ni en política, ni en sociología, ni en economía, para comprender que tal deseo -y la situación que comporta- es muy seria y puede tener unas consecuencias tremendas, ya que los puntos de partida son distintos y distantes de los que rigen nuestra actual urdimbre democrática, y, pudieran ser, catastróficos en sus consecuencias finales.

Creo que es el momento de que todos, los ciudadanos, las fuerzas empresariales y sindicales, el poder económico y financiero y, principalmente y a la cabeza de todos, la clase política, reflexionemos sobre lo que tenemos, lo que queremos y, finalmente, las consecuencias de optar por unas líneas o por otras.

El Título Preliminar de nuestra Constitución de 1978, artículos 1 al 9, son las columnas fundamentales de este sistema constitucional que los españoles nos dimos, por abrumadora mayoría. El Título Preliminar de ésta, como de cualquier constitución democrática, es la referencia y el faro que ilumina al resto del articulado que configura la Constitución. Y tras el Título Preliminar -columna del edificio constitucional- se encuentra el Título I, de los Derechos y Deberes Fundamentales, que a través de sus cinco capítulos desarrolla la base y el esqueleto del resto del edificio constitucional. ¡Ojo a cualquier cambio cultural o ideológico que queramos implantar! Hay derecho a intentarlo, pero, siempre respetando la realidad constitucional o intentando, previamente, el cambio o modificación de ésta, por los cauces que la misma Constitución establece. Puedo estar equivocado, pero creo que algunos planteamientos legales actuales -Memoria Histórica, matrimonio de homosexuales, Estatuto de Cataluña, financiación autonómica, funcionamiento de los partidos políticos...- chocan frontalmente o al menos pueden chirriar al confrontarlos con el Título Preliminar y con el Título I de nuestra Carta Magna.


He puesto al final, pero no en último lugar, si a su importancia se refiere, el "funcionamiento de los partidos políticos". Los partidos políticos son una institución tan clave, constitucionalmente hablando, que su contemplación está recogida en el importantísimo Título Preliminar. Reza así, el artículo 6:


"Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos".




Sinceramente observo que, hoy, este artículo está siendo menospreciado y orillado por nuestra clase política, sobre todo en su último inciso: "Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos". Y esto es gravísimo. Hasta tanto no se democraticen internamente los partidos políticos, nuestra sociedad, toda, padecerá similar déficit democrático. No es de recibo, que la ciudadanía de a pié estemos, hoy, comprobando que la razón primera y última de los partidos es llegar y mantenerse en el poder. Observamos -y ésto duele- que adolecen de vergonzosas querellas políticas internas, que, por otra parte, son el crisol que hay que salvar para llegar a ser "político"; la mayor parte de su esfuerzo político está en formar dossieres con las faltas y pecados de propios y extraños, con el fin de utilizarlos como arma política en el momento oportuno; son incapaces de ponerse de acuerdo en cosas esenciales que atañen a la sociedad entera, pero, sí lo hacen en aquellos asuntos que les atañen a ellos, directa o indirectamente, positiva o negativamente. Me explico: No son capaces de ponerse de acuerdo y lograr un gran consenso nacional para hacer frente a la enorme crisis que padecemos; sin embargo, están de acuerdo en no modificar -por eso decía antes "positiva o negativamente"- la vigente Ley Electoral, pues, la regulación actual les favorece a ellos -los dos grandes partidos- cuando están en el poder. No son capaces de ponerse de acuerdo en traducir en leyes y reglamentos internos el gran precepto constitucional: "Su estructura interna y funcionamiento deben ser democráticos"; por el contrario, a veces da la impresión -quiero ser benévolo...- de que se oponen frontalmente a cualquier viento que hable de regeneración política y democrática que, empezando por los propios partidos políticos, incida, por difusión, en todos los estamentos e instituciones políticas, sociales y económicas.



La corrupción política actual está ahí. Es un dato incontestable, pues, los mismos políticos esgrimen, como única defensa, el "y tú más". Opino que es el momento de que las grandes personalidades de nuestra sociedad, que las hay en todos los niveles y estructuras de ésta, se planteen la gravedad de la situación actual y exijan una catarsis, total y absoluta, de nuestros políticos y de nuestras instituciones democráticas. Pero tengo por cierto, que ésto solamente tendrá lugar cuando se empiece por sanear y democratizar los propios partidos políticos.



¡Háganlo, por favor, pues, a los ciudadanos nos empieza a dar vergüenza propia!. Digo propia y no ajena, pues, partiendo de nuestra Constitución, los partidos políticos no son algo ajeno a nosotros, sino al contrario, necesarios para expresar el pluralismo político; son plataforma imprescindible para concurrir a la formación y manifestación de la voluntad popular; y son instrumento fundamental para la participación política. Pero, todo esto lo lograrán -como dice el meritado artículo 6 del Título Preliminar de la Constitución- si su estructura interna y funcionamiento son democráticos.

sábado, 7 de noviembre de 2009

miércoles, 4 de noviembre de 2009

FE Y RAZON: SAN BERNARDO Y ABELARDO


DEBATE TEOLOGICO: SALVAGUARDAR LA FE

CIUDAD DEL VATICANO, 4 NOV 2009 (VIS).-Benedicto XVI dedicó la catequesis de la audiencia general de los miércoles al debate que mantuvieron en el siglo XII San Bernardo de Claraval, representante de la teología monástica y Abelardo, que propugnaba la teología escolástica.

El Papa recordó en primer lugar que la teología es "la búsqueda de una comprensión racional, por cuanto sea posible, de los misterios de la Revelación cristiana creídos por fe: (...) la fe que busca la inteligibilidad". Pero, "mientras San Bernardo (...) pone el acento en la fe, Abelardo insiste (...) en la comprensión por medio de la razón".

"Para Bernardo -explicó- la fe misma está dotada de una íntima certeza, fundada en el testimonio de la Escritura y en la Enseñanza de los Padres de la Iglesia. (...) En el caso de duda o ambigüedad, la fe está protegida e iluminada por el Magisterio eclesial. El abad de Claraval sostiene que "la teología tiene un sólo objetivo: promover la experiencia viva e íntima de Dios".

Abelardo, "a quien se debe el término teología tal y como lo entendemos hoy, (...) se ocupó primero de filosofía y después aplicó los resultados alcanzados con esta disciplina a la teología". Era "un espíritu religioso, pero su personalidad era inquieta y su existencia estuvo llena de sorpresas: contestó a sus maestros, tuvo un hijo con una mujer culta e inteligente: Eloisa, (...) fue sometido a condenas eclesiásticas, aunque murió en plena comunión con la Iglesia, a cuya autoridad se sometió con espíritu de fe".

"El uso excesivo de la filosofía- observó el Santo Padre- hizo peligrosamente frágil la doctrina trinitaria de Abelardo" y "también en ámbito moral su enseñanza no carecía de ambigüedad: insistía en considerar la intención del sujeto como la única fuente para describir la bondad o malicia de los actos morales, olvidando el significado objetivo y el valor moral de las acciones".

"Este es un aspecto muy actual para nuestra época, en la que la cultura se caracteriza a menudo por una tendencia creciente al relativismo ético (...). Pero "tampoco hay que olvidar los grandes méritos de Abelardo, que (...) contribuyó decididamente al desarrollo de la teología escolástica", ni "algunas de sus intuiciones, como la de que en las tradiciones religiosas no cristianas hay ya una preparación a la acogida de Cristo, al Verbo divino".

"¿Qué podemos aprender del debate entre Bernardo y Abelardo, (...) y en general entre la teología monástica y la escolástica?", se preguntó el Papa. "Ante todo, la necesidad de una sana discusión teológica en la Iglesia, especialmente cuando las cuestiones debatidas no están definidas por el Magisterio, que es, siempre, una punto de referencia ineludible".

"En ámbito teológico debe haber siempre un equilibrio entre lo que podemos llamar los principios arquitectónicos que nos dio la Revelación y que conservan por lo tanto su importancia prioritaria y los interpretativos sugeridos por la filosofía, es decir, por la razón y que tienen una función importante, pero solo instrumental. Cuando ese equilibrio (...) se rompe, la reflexión teológica corre el peligro de viciarse con los errores y entonces el Magisterio debe ejercer el necesario servicio a la verdad que le es propio".

"La confrontación teológica entre Bernardo y Abelardo concluyó con una plena reconciliación. (...) Prevaleció en ambos lo que importa realmente cuando nace una controversia teológica, es decir, salvaguardar la fe de la Iglesia y hacer triunfar la verdad en la caridad".
AG/CONTROVERSIA BERNARDO:ABELARDO/... VIS 091104 (560)

martes, 3 de noviembre de 2009

DESEMPLEO SIN MAQUILLAR: 4.301.696 PERSONAS




LUIS F. QUINTERO (2009-11-03: Libertaddigital.com)
Como cada mes, el Servicio Público de Empleo (Antiguo INEM) publica su informe de paro registrado y de afiliación a la Seguridad Social. También como cada mes, el departamento que dirige Celestino Corbacho deja fuera de las listas de paro registrado a cerca de medio millón de desempleados.
Bajo la denominación de DENOS (Desempleados no ocupados), Trabajo clasifica una serie de parados que quedan en un limbo estadístico. Se trata de los Trabajadores Eventuales Agrarios (TEASS) y "otros no ocupados" entre los que cuentan a los parados insertos en los itinerarios activos de empleo, es decir, en cursillos de formación. Precisamente, bajo estas denominaciones, el Gobierno saca de las listas oficiales de parados 282.033 desempleados.
Por otro lado, también distingue al grupo de demandantes sin empleo que indican en su solicitud condiciones especiales de trabajo, como trabajo a domicilio, media jornada, etc. En este cajón, Corbacho mete a 211.300 personas.
Casi 4,5 millones de parados
Así, la estadística de Trabajo vuelve a sacar a casi medio millón de desempleados, un total de 493.333 parados. Desactivando este maquillaje estadístico, el informe del Gobierno arroja una cifra total de desempleados de 4.301.686 personas.

CELIBATO DE ANGLICANOS QUE REGRESAN A IGLESIA CATÓLICA


ACLARACIÓN SOBRE CELIBATO ANGLICANOS REGRESAN IGLESIA

CIUDAD DEL VATICANO, 31 OCT 2009 (VIS).-El director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi S.I., hizo pública la siguiente declaración ante las especulaciones sobre el asunto del celibato en la anunciada constitución apostólica sobre los ordinariatos personales para los anglicanos que ingresan en la comunión plena con la Iglesia católica.

"Se han difundido especulaciones, basadas en observaciones supuestamente informadas del corresponsal italiano Andrea Tornielli, según las cuales el retraso en la publicación de la constitución apostólica sobre los ordinariatos personales para la incorporación de los anglicanos a la plena comunión con la Iglesia católica, anunciada el 20 de octubre de 2009 por el cardenal William Joseph Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se debe a algo más que a "razones técnicas". Según estas especulaciones, hay una cuestión sustancial que explicaría el retraso, un desacuerdo sobre si el celibato será la norma para los futuros clérigos.

"El cardenal Levada ha comentado sobre estas especulaciones: "Si se me hubiera preguntado, con gusto habría aclarado cualquier duda sobre lo que dije en la rueda de prensa. Estas especulaciones no tienen razón de ser. En el Vaticano nadie me ha mencionado esta cuestión. El retraso es meramente técnico, pues se trata de asegurar la consistencia del lenguaje canónico y de las referencias. Las cuestiones de traducción son secundarias; la decisión de retrasar la publicación esperando a que se publique el texto 'oficial' en latín en el "Acta Apostolicae Sedis" se tomó hace tiempo".

"Los borradores preparados por el grupo de trabajo y presentados para el estudio y la aprobación a través del proceso habitual seguido por la Congregación, han incluido todos ellos la siguiente afirmación, que actualmente se encuentra en el artículo VI de la Constitución:

§1 Quienes ejercieron el ministerio como diáconos, presbíteros u obispos anglicanos y cumplen con los requisitos establecidos por el derecho canónico y no están impedidos por irregularidades u otros impedimentos, pueden ser aceptados por el ordinario como candidatos a las sagradas órdenes en la Iglesia católica. En el caso de los ministros casados, se han de observar las normas establecidas en la carta encíclica del Papa Pablo VI "Sacerdotalis Coelibatus", n. 42, y en la declaración "En el mes de junio". Los ministros no casados deben atenerse a la norma del celibato clerical del Código de Derecho Canónico, canon 277 §1.

§2 El ordinario, en plena observancia de la disciplina del celibato clerical en la Iglesia latina, por regla general (pro regula) admitirá sólo a hombres célibes al orden del presbiterado. Puede también pedir al romano pontífice, como una derogación del canon 277, §1 la admisión de hombres casados a la orden del presbiterado, caso por caso, según los criterios objetivos aprobados por la Santa Sede.

"Este artículo se ha de entender como coherente con la actual práctica de la Iglesia, según la cual ex ministros anglicanos casados pueden ser admitidos al ministerio sacerdotal en la Iglesia católica, según el criterio de caso por caso. Por lo que se refiere a los futuros seminaristas, se consideró una mera especulación los casos de una dispensa de la regla del celibato. Por esta razón, se han de desarrollar criterios objetivos sobre estas posibilidades (por ejemplo, seminaristas casados que ya se están formando) entre el ordinariato personal y la conferencia episcopal, presentados para la aprobación de la Santa Sede.

"El cardenal Levada reveló que el trabajo técnico sobre la "Constitución" y las "Normas" concluirá para finales de la primera semana de noviembre.
OP/CELIBATO:ANGLICANOS/LOMBARDI:LEVADA VIS 091103 (600)